El comportamiento de la economía española va suministrando datos relativos a 2015 y hay que confesar que muy pocos podrían apostar hace ahora un año que el PIB iba a crecer un 3,2 por ciento, el mayor avance desde 2007; que se iban a crear más de 525.000 puestos de trabajo y que la inflación fuera del 0 por ciento y bajando.
La legislatura más complicada se ha cerrado con una vuelta de los indicadores de 180 grados. La legislatura en la que España estuvo al borde del rescate ya se puede decir que ha sido, en algunas grandes cifras, de las mejores de la democracia. Por supuesto que hay sombras: la deuda pública, el déficit de las cuentas, el endeudamiento privado, la calidad del empleo, los bajos salarios. Pero, nadie sale de una crisis de caballo creando empleo fijo y con sueldos de lujo. Y todo manteniendo los pilares básicos del estado del bienestar.
Es obvio que ahora viene rematar la faena y es aquí donde vuelven las preocupaciones. La inestabilidad política, a cuenta de las dificultades de los partidos para buscar acuerdos, es una realidad. Tanto que a esta hora de este día nadie sabe si vamos a tener nuevas elecciones o un gobierno que pueda continuar con el trabajo, para rematar lo logrado en esta legislatura, y no un retroceso que puede hasta devolvernos a la casilla de salida con problemas otra vez de confianza, inversión y empleo.
Las cosas no pintan muy bien. Ya hasta desde la Unión Europea nos reclaman sensatez y acuerdos para no frenar o cambiar la senda iniciada.
Pero está muy difícil. El secretario general del PSOE tiene prisa. Cree que esta es su oportunidad de presidir el gobierno, aunque sea con aliados indeseables que quieren romper la democracia desde dentro, cargándose lo que haga falta, dinamitando el propio PSOE y las cuentas de la economía. Veremos como acaba la cosa tras el sanedrín socialista y la visita al rey de Sánchez y otros movimientos que puedan producirse con los mismos actores o con otros.