En las antípodas de la lógica y de la dictadura

La opinión, como se sabe, es en este país libre, lo que evidencia que vivimos en un Estado de Derecho democrático. Las apreciaciones o pronunciamientos políticos son, pues, admisibles en todo caso, aunque sea para equiparar lo que la sociedad española vive, siente o “padece” –por lo que se ve– con una dictadura. 
El sentido común, que nada tiene que ver con la política, porque, si así fuera, algo, aunque fuera poco, podríamos esperar del alcalde de Ferrol para con su ciudad, debería inducirnos a calificar o calibrar a quien se convierte en emisor único de su pensamiento, no del de una ciudad que –que sepamos–, no por ajena a la cuestión catalana, nada se sabe de lo que piensa o de cuántos piensan de igual forma que su principal representante político. 
Tiene pues el alcalde “pleno derecho” –el mismo que él niega a la legalidad– para decir lo que opina o piensa, precisamente porque no estamos en una dictadura, como él mismo, evidentemente, piensa y dice. Al fin y al cabo, ¿no son las cárceles interiores las más oscuras? ¿No son los muros que de forma individual edificamos en nuestro interior los que acaban por destruir nuestra propia colectividad? Muros y cancelas que, en definitiva, solo dejan asomarse al exterior, a una campiña verde, una playa o un bosque, pero sobre los que nunca se podrá caminar.
Los muros, al fin y al cabo, están para ser derribados, no para elevarlos bajo el cisma personal de la individualidad, de lo periférico y lo superfluo, que parecen máximas a seguir cuando lo que la colectividad reclama, al menos desde el punto de vista local, es todo eso que el sr. Jorge Suárez sabe que falta pero que, por lo que parece, ya ni pretende subsanar. Tal vez por esa razón valga más la pena hablar, como hace, de lo que –aun incunbiéndonos como miembros, como él, de un Estado de Derecho democrático– no nos cuestionamos, al menos en una abrumadora mayoría, como ciudadanos de este pueblo grande en que se ha convertido una ciudad que lo que más hace es echar en falta algo de acción, un mero síntoma de que, al menos algo, avanza, aunque sea poco, porque lo que ya no parece es que quede duda alguna de que, de cuanto hasta el agotamiento ha prometido, nada se espera.

En las antípodas de la lógica y de la dictadura

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