Decía Ortega que para los viejos políticos la vida social se hace en los despachos cuando la realidad es que “la vida social es convivencia” y que “lo importante para un político es la adhesión de los enemigos, la cual solemos llamar respeto”. ¿Dónde hacen la vida social nuestros políticos, en la calle o en los despachos? ¿Favorece la convivencia lo que se ha hecho en la constitución de los ayuntamientos? Los pactos de última hora, de último minuto, los votos “robados” o “prestados”, las alianzas contra natura, incluso los pactos entre compañeros de viaje garantizan la vara de alcalde a un candidato determinado y hasta cuotas de poder para los que le han apoyado, pero no significan seguridad alguna de que esos pactos lleguen vivos al final de la legislatura y ni siquiera que pueda haber programas de gobierno cohesionados.
Está claro que donde gobiernan juntos, y siempre por sus votos indispensables, Vox va a exigir a PP y Ciudadanos acciones que difícilmente podrán aceptar. Pero, ¿qué hará Manuel Valls y el PSC cuando Ada Colau tome decisiones que bordeen la Constitución o que supongan un apoyo al independentismo? ¿Seguirán apoyándola o harán que modifique lo que ha sido la esencia de su mandato? ¿Qué pasará en Melilla, donde gobernará el único concejal de Ciudadanos, en una coalición sin sentido? ¿Cómo podrá justificar Vox que sus votos han dado la alcaldía de Burgos al PSOE? ¿Tendremos en semanas la primera moción de censura? ¿Pasará lo mismo en Huesca, donde alguien de Cs o de Vox también ha dado la alcaldía al PSOE? ¿Cuánta quina ha tenido que tragar el PP gallego para dar la alcaldía de Ourense a alguien a quien consideraban “letal”, para mantener la Diputación en manos de la saga de los Baltar? ¿Qué precio va a pagar el PSOE por los votos de Podemos que le dan alcaldías como Valencia o Palma? ¿Qué significa el pacto PNV-PSOE en el País Vasco y qué precio tendrá? ¿Que el PSOE pacte con ERC y con la CUP es democrático y que la derecha lo haga con Vox no?
La convivencia va a ser difícil entre “amigos”, no les digo entre enemigos, porque en la España de hoy nadie es capaz de ganarse el respeto de los enemigos. Y, porque, además de las autonomías que tendrán que elegir sus gobiernos con pactos igual de complejos, está la formación, tan retardada intencionadamente por Sánchez, del Gobierno de la nación. El PSOE necesita a Podemos, pero Podemos necesita tocar poder después de perder en casi todos los lugares de España y de estar a punto de disgregarse en marcas sin fin y mostrar su imposible unidad de acción. ¿Qué precio pagará Sánchez y qué políticas podrá llevar a cabo con socios cuya lealtad constitucional es cuando menos dudosa?
Hemos perdido una gran oportunidad de un pacto PSOE-PP-Ciudadanos para poner en marcha las reformas imprescindibles y las elecciones difícilmente aportarán gobiernos estables. Y eso lo pagará la economía, el problema catalán y las reformas imprescindibles que deberían dar estabilidad al país. Decía Ortega que “los hombres de la calle no hemos venido al mundo para que se nos gobierne con facilidad sino al contrario: los gobiernos existen para que los hombres de la calle puedan vivir cada día con mayor plenitud y menos vetos”. Ya veremos lo que nos pasa.