Aquel Nietzsche que ironizaba sobre la preocupación griega de lo profundo, y reclamaba detenerse en las formas, viviría feliz en esta sociedad, donde lo más banal puede transformarse en una especie de religión trascendente, casi en una ideología. Ahí tenemos la Cruzada del Lenguaje Inclusivo, una de las más atrayentes superficialidades de los últimos tiempos, progresistas, por supuesto.
Aquel Weber, que distinguía peligrosamente los hechos de los valores, podría volver a ser leído por Carmen Calvo, siempre y cuando la Cruzada le dejara tiempo para leer, carencia que comienza a notarse en algunas de sus expresiones orales.
Pero toda Cruzada, con objeto de consolidarse, necesita un enemigo que esté a la altura de su banalidad, incluso que el espejo deformado convierta la exageración en algo tan mostrenco que llegue a su altura, adquiriendo escenario de epopeya, que es lo que más estimula a la afición.
Echo de menos un enemigo consistente que, por ejemplo, comenzase una entusiasta reivindicación para que España se denominara Españo y las Islas Canarias Islos Canarios, y Asturias, Asturios, y Murcia, Murcio, y así hasta llegar a Ceuta y Melilla que se llamarían, naturalmente, Ceuto y Melillo. Estos machistas de la caverna, le podrían proporcionar a la estúpida Cruzada del Lenguaje Inclusivo grandes días de gloria, o díos de glorio, si lograran vencer.
Toda sociedad decadente tiende a dejarse hechizar por los brillos de la envoltura, y termina por no distinguir lo elemental de lo superficial, porque es más cómodo y exige menos esfuerzo describir el traje que conocer a la persona que lo lleva puesto; y al alcance de cualquier script está la descripción de un escenario, pero hace falta un poco de filosofía para desentrañar su significado y su motivación. Y es ahí, cuando la libertad pueda ser arrebatada, un minuto después de creer que el objetivo no es extender el lenguaje del español por el mundo, sino denominar a su instrumento Instituta Cervantas.