laro que España no es como México, donde a un periodista le vuelan la tapa de los sesos a las primeras de cambio; ni siquiera es la Rusia de Putin o China, donde al informador incómodo le pueden caer, así como así, quince años en cárceles que son como celdas del infierno. No, España es un país con una libertad de expresión envidiable: decreciente, sí, pero aún envidiable. Y también donde a una reportera de televisión le pueden lanzar una pedrada a la cabeza por estar cubriendo una manifestación en Barcelona –la Diada– y tener en el micro las siglas de un medio que no gusta a los manifestantes.
Que no digo yo que los seiscientos mil que fueron a la Diada a lanzar gritos independentistas sean los lapidadores; sé bien que eran una escasa minoría, pero la mayoría los dejó hacer: colocarse delante de las cámaras, tirarlas al suelo, hacer gestos obscenos tras la reportera y, finalmente, la pedrada. Todo un espectáculo que TVE hizo muy bien mostrándolo para hacer patente la vergüenza nacional y, supongo, catalana.
No me constan las protestas corporativas ante el desmán, pero claro: si el president y uno de los animadores de la Diada puede ir a Madrid a decir ante una audiencia periodística que él se pasa las leyes por ahí e invita a una confrontación con el Estado, ¿por qué la muchachada de los CDR no va a tirar la piedra y ni esconder la mano? Y ya que estamos: si el máximo representante del Estado en Cataluña, es decir, Torra, anima al incumplimiento de las leyes, porque hay cosas superiores a este cumplimiento ¿qué puede impedir a un choricillo mangarle la cartera a un turista en el metro?
En absoluto estoy contra la Diada, aunque en sus últimas ediciones nada tenga que ver con el espíritu con la que fue creada la fiesta nacional de Catalunya en 1980: todo está falseado. Pero cuando organizaciones como los Comités de Defensa de la República se adueñan de la calle, y de las cabezas de las reporteras, me echo a temblar. ¿Estaban ensayando qué hacer para cuando se conozca la sentencia contra los golpistas presos?