En veinticuatro horas he escuchado a dos ministras explicar lo que nos pasa, de forma muy diferente, y el retrato presenta lo que es este Gobierno de Pedro Sánchez: de una parte, la voluntad de gobernar al precio que sea y llegar lo más lejos posible en el tiempo, aun sabiendo que los apoyos que tiene no solo son débiles sino antinaturales, que se pueden romper en cualquier momento y que los chantajes van a ser permanentes; de otra, la imposibilidad de hacerlo y la realidad de que cada día surgen nuevas sombras sobre un Gabinete que ha quemado su credibilidad en apenas cuatro meses. Interna y externamente. Con sus socios y con la oposición.
Hay constantes apelaciones al diálogo, pero ni Gobierno ni oposición quieren dialogar ni siquiera sobre lo importante. Una parte del Gobierno trata de convencerse de que hay una “cacería” contra ellos –es la manera de no afrontar los problemas– y otra, que no lo cree pero no lo puede decir, argumenta que los medios se ocupan de “cosas accesorias” mientras ellos intentan gobernar. Unos y otros dicen que el Gobierno está fuerte y cohesionado. Como el Real Madrid. El problema es que el Gobierno y el Madrid no meten un gol y pierden los partidos, incluso con rivales más débiles y dejan una sensación lastimosa. Tocan mucho la pelota, pero no llegan a portería. Mucho artificio y poco gol.
El deterioro de este Gobierno es, posiblemente, el mayor de cualquiera de los Gobiernos de la democracia en el menor tiempo. Sin garantías, prácticamente, de que la situación pueda mejorar y con muchas de que salgan nuevos escándalos y aumente su debilidad. El chantaje catalán, el desplante vasco, la lucidez de Podemos... Hasta el FMI pide “medidas creíbles” al Gobierno de España. Tiene razón el sabio economista Juan Velarde cuando dice que la España que van a recibir nuestros nietos no tiene nada que ver con la que tenemos hoy y que hay que tomar medidas si no queremos perder el tren de la modernidad. Que hemos dejado de tener una economía “nacional” y las claves no están en Madrid o en Barcelona sino en Estados Unidos, China, Japón, India...
Que hay que actuar sobre el cambio climático y sobre la demografía. Dice, con razón, que la caída de la natalidad, el aumento de la esperanza de vida gracias a excelentes servicios públicos sanitarios y al avance de la ciencia, y la llegada de los inmigrantes hace que disminuya el número de españoles, pero no el de residentes en España. Y que eso significa una visión diferente de los servicios y, por ejemplo, del sistema de pensiones. Que el campo sigue despoblándose y el agua va a ser un problema como lo fue en el pasado. O que el vamos a visir una revolución tecnológica, que va a provocar cambios productivos, sociales y económicos sin precedentes. Y con todo eso, y algunas cosas más, ¿lo que le preocupa al Gobierno es la mezquita de Córdoba, el IBI de la Iglesia o el Valle de los Caídos? Incluso, el gran problema catalán... Necesitamos una nueva forma de hacer política, de buscar acuerdos estables y de contar a los ciudadanos dónde estamos y qué tenemos que hacer para poder seguir progresando, no para volver atrás.