Días atrás buscando información en internet me crucé por casualidad con un vídeo de Gigliola Cinquetti, aquella veronesa que con solo 16 años ganara el reputado festival de San Remo de 1964, interpretando la tierna canción “Non ho l´etá” (No tengo edad).
Aunque por esos años uno todavía transitaba por la dulce y complicada adolescencia, reconozco que la melodía de marras me transportó a un tiempo plagado de magia, romanticismo y significado lo cual me animó a seguir buscando, encontrándome con “Roda l´amore”; otro de sus grandes éxitos. Su letra le deja a uno pensando. Porque habla del amor que hace girar al mundo, de ese sentimiento fraterno –aun cuando mucha gente niegue su existencia– que transciende los límites de lo personal para convertirse en algo más mundano.
Algunos investigadores en el campo de la psicología dicen que esa clase de afecto es solo una quimera, una ilusión tonta de una minoría incauta, que detrás de él siempre se esconde un interés personal; aseguran que hasta la propia Teresa de Calcuta obtenía un beneficio emocional cuando ayudaba a los desposeídos.
En todo caso, no es la intención de uno profundizar aquí acerca de las motivaciones que pueden llevar a una persona a sacrificarse por los demás. Pero aun sosteniendo que exista un interés, el que fuera, uno les respondería a esos incrédulos que ojalá hubiera mucha gente que persiguiera tal “beneficio”.
Es cierto que la generación de uno entendió, o eso quiero creer, que el mundo giraba en torno al amor. Y no solo en torno al romántico de pareja, que también, sino alrededor del otro, como el que guía la amistad, la solidaridad, el compañerismo, la decencia, aptitudes también muy románticas.
La realidad es que vivimos unos tiempos atípicos. Hoy existe una especie de tentativa perversa para sacar a flote lo peor de nosotros. Se utilizan procesos psicológicos complejos para crearnos diferentes “necesidades” en las que detrás solo se esconde el beneficio material de unos pocos y nunca el bienestar general.
Y eso tampoco significa negar las aspiraciones legítimas de cada cual, ni rechazar el éxito sano. No. Todos tenemos metas, objetivos. La pirámide formulada por el psicólogo norteamericano, Abraham Maslow, nos dice que las personas para sentirse realizadas, además de tener cubiertas sus necesidades básicas, también desean cierto reconocimiento en el plano social, profesional y económico.
Lo que ocurre es que el relato instalado en el imaginario colectivo poco tiene que ver con esa idea. Nos dice que el mundo no es un lugar idílico sino una jungla y que, por lo tanto, todos los cambios que se intenten hacer fuera de sus “leyes naturales” son una utopía. El relato silencia que la utopía también es un instrumento que puede servir para mejorar la sociedad o para seguir “caminando”, recordando la definición de Galeano.
Se dice que nos están llevando hacia una sociedad distópica, algunos aseguran que ya estemos en ella, porque las personas ya no somos tales, sino números en hojas de cálculo, facturas, cosas. La cosificación es el virus de estos tiempos. Un mal que contagia y anula voluntades, tratando de convertirnos a todos en simples idiotas clínicos. Y no hay que ser el más listo del coro para concluir que este mal es más devastador que el covid-19.
Hoy nos confunden tanto que es arriesgado apostar por la idea de que sea el amor el que mueve al mundo. A lo mejor tienen razón los que siempre lo han negado y es verdad que nunca lo fue. A lo mejor fue más un deseo de los movimientos románticos de una época pasada que una realidad posible, de aquellos que querían ser realistas pidiendo lo imposible. Porque si hubiera sido de otra manera el amor tendría que haber triunfado bajo cualquier circunstancia, imponiéndose a tanta mezquindad, a tanta violencia y, en suma, a tanta codicia sin límites ni fronteras.
Sin duda, sería algo maravilloso que la gente pudiera gritar un día ¡roda l´amore!, como lo hacía la Cinquetti en su romántica y optimista melodía. Aunque visto lo visto no podemos ser tan entusiastas como lo era ella porque a uno le asaltan dudas más que razonables de que ese día pueda llegar alguna vez.