La vida vista desde la butaca de los dioses es mero teatro, y desde la de los científicos elemental tramoya. El conflicto entre ambos nace del empeño de los primeros por defender la genialidad de la obra que ellos escribieron y el hombre representa, y los segundos, el exacto mecanismo que posibilita el decorado que descubrieron.
Entiendo que ambos tienen razón, el hombre es en la mágica apariencia la sumisa y gris expresión de un ser que sigue un guion determinado, y si indagas en él descubres que lejos de esa sencilla definición habita todo un complejo mundo de mecanismos y operaciones biológicas que lo explican sin determinarlo. Mientras, el hombre se expresa lejos de dioses y científicos como lo que es, el actor de un acto que se llama vida extraviado a su vez en un libreto, sin márgenes ni argumentos, llamado sociedad.
La sociedad es lo que no explican ni dioses ni científicos, a ninguno le interesa en exceso. Para los dioses es una realidad ajena e incómoda, creada por el hombre para robarles el poder. Y para los científicos simple asociación de intereses para una intendencia grosera. Pero es en ella donde el hombre se expresa en lo que es, tanto en lo divino de los dioses como en lo humano de los científicos. Somos por ello seres inexplicados e inexplicables, y es que hace ya tiempo que nos hemos salido del papel, bajado del escenario y alejado del apuntador. Y esto ya no hay ni dios ni científico que lo entienda.