La falta de espacio para aparcar es un problema común a todas las ciudades gallegas y da la impresión que ningún gobierno está interesado en buscar soluciones. Los gobernantes actuales continúan la política de los anteriores y “limpian” las calles de coches sin ofrecer alternativa alguna a los automovilistas que son vecinos que también pagan impuestos por sus vehículos.
El problema es paradigmático en Santiago. Tengo delante un plano de la ciudad de los años cincuenta y entonces, más allá de la zona monumental, había leiras en las que a partir de los sesenta nació el engendro llamado ensanche, un ejemplo de expansión desordenada y especulativa. Con esa expansión, Compostela multiplicó la población sobre todo después adquirir el rol de la capitalidad, llegaron miles de funcionarios y es ciudad de “peregrinación” de ciudadanos para realizar gestiones administrativos.
Con la población creció el parque móvil de forma exponencial y en la misma proporción fueron desapareciendo las plazas de aparcamiento en superficie por el plan de reurbanización del ensanche -le llaman “humanización”- que convierte las calles en viales estrechísimos en los que ningún automovilista puede parar ni siquiera para entregar un sobre.
Hace pocos días abrieron una calle céntrica remodelada con las plazas de aparcamiento desaparecidas y el concejal acaba de presentar el proyecto de reurbanización de dos calles más para “humanizar as rúas, devolverlle espazos públicos á cidadanía e mellorar a accesibilidades”. Objetivos encomiables y compartidos.
Pero le faltó añadir “para seguir expulsando a los automovilistas” sin darles alternativa para aparcar, que esa es la política municipal desde hace años. Salvo que –¡piensa mal y acertarás!– el objetivo sea desviar los coches a los aparcamientos subterráneos privados que, con la grúa municipal, deben ser los negocios más florecientes de la ciudad. Supongo que esta historia de Compostela es extrapolable –con algunos matices– a las demás ciudades gallegas.
Una nota a pie de página: La dictadura favoreció la especulación, pero los concellos democráticos aprobaron iguales o peores adefesios urbanísticos en las ciudades y pueblos periféricos -sobran ejemplos- y algún día otros gobiernos tendrán que recuperar espacios para peatones y coches arrebatados por los votos de la “mayoría democrática”. Ocurre a veces que en nombre de la democracia se cometen tropelías que la sana razón ciudadana no aprueba.