Trudeau brilla un poco menos

justin Trudeau es una rock star de la política. “Bendecido” por Richard Nixon cuando apenas tenía cuatro meses de vida –“Por el futuro primer ministro de Canadá”, brindaba el entonces presidente de los Estados Unidos– y aprendiendo de su padre, un referente al estilo de Kennedy, cómo manejarse entre rivales, grupos de presión, votantes indecisos y medios de comunicación, su fulgurante aparición hace unos años en la primera línea de la política canadiense era más una profecía cumplida que una sorpresa. 
Está considerado como un maestro de la comunicación, desde sus coloridos calcetines, que más allá de una cuestión de estilo encierran mensajes diplomáticos, a sus fotos abrazado a participantes en el desfile del Orgullo Gay de Vancouver o subido al ring en una velada de boxeo solidaria.
Pero, dicen los expertos, quien gana mucho gracias a la imagen también corre el riesgo de perder mucho por ella. Y en el equipo de campaña de Trudeau se llegó a temer que una cara pintada de negro les costase las elecciones. La foto era de 2001 y lo que en otra persona no habría pasado de una crítica en las redes sociales por apropiación cultural en un candidato a la reelección como primer ministro canadiense se convirtió en poco menos que escándalo nacional.
De un plumazo se cayó –lo empujaron sin miramientos– del pedestal progresista al que la sociedad lo había aupado y se encontró con acusaciones de racismo. Control de daños y restauración de imagen fueron las fases por las que pasó entonces su campaña: en cuestión de días se le vio boxeando con un entrenador negro y respondiendo a las preguntas de dos niñas, negras también, sobre su hiriente disfraz de Aladino. Surtió efecto, aunque la estrella brilla un poco menos.

Trudeau brilla un poco menos

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