¿Delenda est Cataluña …?

Cuando en los primeros días de Octubre de 1934 –vaya por Dios lo que dio de sí este mes aciago en España- el general Batet cañoneó, como quien hace por asustar, el edificio que albergaba a la sedición política catalana, no recogen las crónicas precisamente una resistencia heroica de los sitiados, antes al contrario, una propensión decidida al chalaneo de procurar acuerdo y acomodo para salvaguardar sus vidas de represalias mayores, las que muy bien podrían derivarse de sus actitudes viles, desleales, retadoras, durante tanto tiempo de algaradas y provocaciones, directas o veladas, hasta concluir en el órdago ebrio y tahúr de proclamar el Estado Catalán. Esto que antecede no es memoria histórica, esa trampa sentimental, desordenada y equívoca, sino tributo documental de hechos probados. 
También ahora, como entonces, hay una predisposición de incautos y bribones, a veces difíciles de diferenciar, carnaza de pensamiento débil o apenas elaborado, que también compañeros de viaje en la vieja acepción clásica, que dicen y hasta claman que lo que está en juego en Cataluña no es sino la democracia, que no otra cosa, que sólo la democracia. Ay, qué risa, por favor … Pues no. A ver, claridad para todo esto, sin paliativos ni prevenciones que acabarían siendo lenitivos edulcorados para traición a causa mayor y más justa. 
Se podrá tener, cómo no, de España, una consideración crítica y un reconocimiento de cuál pueda ser, una u otra, su genuina realidad histórica, y es además éste un debate antiguo y, si leal, fecundo. Ahora bien, la consumación de los siglos en la conformación de la España actual, uno de los Estados Nación más antiguos de Occidente, ni ayer, ni hoy, ni nunca, podrán dirimirse en un referéndum, procedimiento que por su carácter plebiscitario sólo aconsejaría su aplicación ante cuestiones domésticas de posibilidad cambiante, circunstancial, por buen ejemplo, tal cual ejercita el Estado Suizo, o en su esencialidad contraria para afirmar la estructura del Estado Nación, nunca para disolverlo o debilitarlo.
España, el peso jurídico, decisivo e implacable de la autoridad del Estado, tienen que hacerse visibles y patentes en Cataluña sin más demora, que no se trata de recurrir, ya no, el hecho consumado de la sedición sino de aplastarlo antes, sin más contemplaciones que el estricto marco legal, y llevando hasta sus últimas consecuencias la aplicación de penas que supongan un escarmiento ejemplar. O sea, urnas en Cataluña el 1 de octubre, ni siquiera una dibujada. Y todos los responsables, que son muchos, a juicio y sentencia efectiva de máximo rigor. 
Estoy convencido, además, que a día de hoy la presencia del Ejército, o de la Guardia Civil, en las calles de Barcelona, derivada del necesario amparo legal que pudiere aconsejarlo, resultaría de efecto balsámico en la vida cotidiana de los catalanes, un alivio psicológico para una gran mayoría, tan cansada de provocaciones, tan medrosa y coaccionada, tan indefensa, y acaso, por qué no, hasta podría rescatar para la sensatez y el buen juicio a algunos de esos tremebundos ánimos exaltados, desde la calle hasta las propias instituciones, a veces todo uno y lo mismo. Vamos, el espíritu redivivo, en gesto simbólico, del general Batet. 
 

¿Delenda est Cataluña …?

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