Mientras nuestro país iniciaba hace unos días la primera semana de NN (nueva normalidad, según la literatura monclovita) después de levantado el estado de alarma, la Organización Mundial de la Salud (OMS) seguía alertando de que la pandemia se acelera a escala mundial, al tiempo que urgía a no bajar la guardia y recordaba que en todo el planeta hay ya casi nueve millones de infectados y que los fallecidos rozan el medio millón.
En la misma tónica, la epidemióloga Andrea Ammon, directora del Centro europeo para la prevención y control de enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés), con sede en Estocolmo, avisaba de la aparición de nuevos brotes y advertía del relajamiento de la sociedad ante las medidas de seguridad para frenar la transmisión del virus. La máxima responsable de esta agencia de la UE se mostraba tajante al respecto: “El virus sigue ahí. Esto no ha terminado”.
Y así está siendo. Brotes y/o rebrotes surgen por doquier aquí, allá y acullá y de cara al verano van a constituir una preocupación constante para las autoridades sanitarias. Ni siquiera los países que pasan por haber manejado mejor la pandemia están a salvo. En total millón y medio de europeos han tenido que dar marcha atrás y confinarse de nuevo.
¿Por qué así? Los expertos llevan tiempo insistiendo en que más que haber salido de la pandemia, hemos salido con ella. Pero a su pesar, lo cierto es que se ha generado una falsa sensación de seguridad; de que el virus ha sido superado. Y sin generalizar más de lo debido, las ganas por olvidar las duras semanas del confinamiento han echado a la ciudadanía a la calle, en una desescalada mental y práctica más rápida tal vez de lo debido. Y en ocasiones más política que técnica.
La recta final ha estado acompañada por un optimismo creciente entre la población, un relajamiento general ante el riesgo del contagio y una caída del interés por las informaciones sobre el coronavirus. Así, según una encuesta de GAD3 para ABC, seis de cada diez españoles creían que si se produjera una nueva oleada de casos, no sería tan fuerte ni demoledora como la que se había venido padeciendo. Quizás no les ha faltado razón, porque es de suponer en buena razón que habrá de coger a todos mejor protegidos y más precavidos.
Sea como fuere, mascarillas y distancia social se han respetado en el trabajo, comercio y locales públicos. Pero se han olvidado en los tiempos de ocio. Por poner un ejemplo: paseos marítimos y terrazas han hecho –al menos, aquí- furor. En estas últimas habrá habido distancia entre las mesas, pero no entre las sillas dispuestas. Y las precauciones en tales ambientes han sido manifiestamente mejorables.
Como resulta evidente, no tiene ni lógica ni sentido ser estrictos en determinadas situaciones y luego romper con todo en otras.