debe ser bastante tranquilizador y relajante, levantarte por las mañanas, y nada más tener consciencia de que existes, saber que perteneces a una raza superior: la raza blanca. Y que todos los inconvenientes y fracasos que haya en tu biografía es por culpa de esos jodidos chinos, amerindio, negros y judíos, porque los supremacistas están convencidos de que los judíos no son lo suficientemente blancos.
Entre los supremacistas están los públicos, los delincuentes y los vergonzantes. Los públicos son ciudadanos a los que no les cuesta reconocer que se consideran superiores a las otras razas, e incluso se manifiestan a cara descubierta. Luego, están los delincuentes que van encapuchados, porque alguna vez se les va la mano y asan a algún negro o le pegan un tiro. Y, por fin, están los vergonzantes, como Donald Trump, que asumen su superioridad con orgullo, pero por razones del cargo o con el fin de no turbar el raciocinio de los demás no lo dicen a las claras.
Aunque los supremacistas tienen fracasos, igual que todo el mundo, no se duelen por ello, ni se turban en exceso, porque sus errores son una consecuencia de la presencia de chinos, negros, judíos y amerindios y demás razas inferiores. En cuanto los despachen, todos serán brillantes hombres de negocios, aunque los que barran las aceras, que tendrán que ser blancos, no sé a quién le echarán la culpa. Los supremacistas abundan en el mundo anglosajón, que fue el último en derogar la esclavitud, aunque haya españoles que se empeñen en la leyenda negra por ignorancia y estupidez. Aquí tenemos una versión cateta del supremacismo, que se llama secesionismo, y donde también las frustraciones se achacan a los inferiores, que son tan inferiores que les roban y les tienen dominados, y les torturan con la falta de libertad. ¡Qué raro! Pero no les afecta, porque tienen su diploma de superioridad.