Está la realidad como para aumentarla. Claro que esa aplicación de móvil que atiende al nombre de “realidad aumentada” lo que pretende es disminuirla. Su percepción, me refiero. Así, grupos de criaturas de todas las edades deambulan por las calles y los descampados jugando a una cosa llamada “Pokémon Go”, un vídeo-juego al aire libre que se apoya en dicha aplicación o truco de feria de la “realidad aumentada” para que su usuario cace muñequitos que andan esparcidos por ahí.
Dos cosas llaman la atención del fenómeno que ha enloquecido a millones de personas: que haya tanta gente que no tenga otra cosa mejor que hacer y que las bajas producidas en sus filas por atropello, precipitación o balacera no sean demasiadas. Van los “pokemitas” poseídos por la vía pública, usando abstraídos la computadora portátil que un día sirvió para hablar por teléfono, y ni ven las zanjas de las obras, ni miran al cruzar, ni reparan en los ciclistas. Otros entran en sembrados o en sitios poco recomendables sin saber dónde entran.
Esa súbita tropa que va haciendo el tolili por la realidad normal va buscando Pokémons. Como lo oyen. Podían ir buscándose a sí mismos, o una librería, o un amor, o un amigo, o un empleo, o su lugar en el mundo, pero, a resguardo de que alguno de busque también algo de eso, van buscando Pokémons. Es tal la locura que el otro día, en el Congreso, los diputados y los periodistas buscaban la autoría de los votos extra que había pillado el PP para la Mesa como si buscaran, también, Pokémons.