El todo o la nada nos dicen, obligando. Y, si a modo de rebeldía eliges la nada, comprobarás que humildemente vestida, la nada resulta atractiva, pero al fondo, elegantemente ataviado por la soberbia, está el todo, reclamándote a un festín con fecha en todas las del calendario.
Y te entrará la duda, y en ella te instalarás para vivir y vivirás en un sinvivir. Y si por el contrario eliges de entrada el todo, no tardarás en comprobar que nada te alcanza y atado a esa maldición lo harás sin vivir el resto de tu vida.
Lo cierto es que entre el todo y la nada se abre un espacio neutro, alejado del mandato, donde podemos habitar sin sentirnos ahogados por la tristeza de la nada ni atenazados por la angustia del todo. Un lugar sin definir donde poder ser en virtud de lo que seamos capaces de hacer, y sentir en la medida de aquello que alcancemos a concebir. Contruido a nuestras expensas, y, como tal, de nuestra medida.
Son tiempos de todo, dicen unos, de nada, afirman otros, y tal como lo dictan sucede en nuestras mentes y corazones. Sabemos que no hay razón ni motivo para pensar así, pero así es, porque así lo dicta esta conciencia creada con un fin bastardo, el hacernos vivir en los extremos, en esos espacios donde no caben los términos medios.
Extremistas, nos gritan los del otro extremo, y ellos nos parecen extremos, y se lo gritamos. La ponderación es en nosotros el grito que media entre el insulto y lo insultante.