En versión española

Se supone que las personas que entran en el ruedo de la política es por vocación de servicio, es decir, para servir a la comunidad, al país. Si lo hacen para enriquecerse deberían convertirse –como dice Pepe Mujica– en empresarios.
En España es más rentable ser político que empresario. Un amigo me decía que era necesario cambiar la legislación para no permitir a los políticos más de dos mandatos. Aunque hay que reconocer que eso no es muy democrático, pues mientras el pueblo les siga votando tienen derecho a seguir siendo reelegidos, la medida podría ser efectiva para frenar la corrupción.
Aquí los hay que llevan toda su vida, desde su juventud, en política, no han tenido otro trabajo u profesión conocida fuera de ella; aquí es impensable que alguien la abandone, que vuelva a su anterior trabajo –en el “extraño” caso de que lo haya tenido–, o simplemente para empezar una nueva profesión. Cuando lo hacen es para desempeñar cargos de “asesores” –como los ex presidentes del gobierno y muchos ex ministros– en una gran multinacional.
Es indudable que parte de la corrupción –no toda– estriba en el desempeño de los cargos públicos más allá de un tiempo razonable. La estancia en los cargos por demasiado tiempo crean compromisos, amiguismos, establece redes clientelares, en suma, se convierten en fábricas de corrupción. Por lo tanto, es ilusorio pensar que las personas que han alimentado tales prácticas vayan acabar con la corrupción. Sería como pedirle peras al olmo.
Aquí cada cual piensa en lo suyo, pero nunca en el futuro del país. Tenemos decenas de miles de jóvenes que se están convirtiendo –sin que tengan conciencia de ello– en parias. No tienen trabajo, o si lo tienen es con salarios de miseria; la explotación que están sufriendo no se había vista desde la Revolución Industrial.
Esos jóvenes, si la situación no cambia, no tendrán cotizaciones suficientes para jubilarse cuando les llegue la edad. Lo curioso es que los políticos no hablan del asunto, no dicen que dentro de treinta años habrá millones de personas –una buena parte de esta generación– que no podrá hacerlo. Aunque eso parece no preocuparles a nuestros representantes. Ellos tienen sus buenas pensiones aseguradas, por lo tanto, no están afligidos por lo que pueda ocurrir dentro treinta años, ni siquiera les preocupa que este gobierno siga utilizando, vaciando, la hucha de la Seguridad Social para pagar deuda pública; nadie sabe lo que ocurrirá cuando no quede nada.
Los jóvenes de este país cargan en sus mochilas demasiadas razones para estar en contra de un sistema que los excluye, que los deja literalmente fuera, no obstante, parecen resignados, aceptando su destino. Creen que aun tienen algo que perder. No se dan cuenta que cuando se pierde el futuro se ha perdido todo. Y no puede haber futuro en un país en el cual los cargos públicos se utilizan para beneficio propio; en un país donde el lema del político “típico” es: primero yo, después el partido y por último la sociedad. Como los valores se siguen por imitación, la sociedad, como no podía ser de otra manera, también los reproduce. Se pregunta, si ellos –los políticos– engañan por qué no lo voy hacerlo yo.
La incredulidad se está apoderando de todos nosotros. Cada día aumenta el número de personas que no quieren saber nada de la política, lo cual es preocupante. No se dan cuenta que todo es política, que para bien o para mal la política incide directamente en nuestras vidas, las puede mejorar o hacerlas miserables. Por otro lado, sin política ni políticos no hay –aunque cada día hay menos– libertad, ni democracia. Los partidos no son el problema, el problema radica en la pérdida de valores de las personas que los forman.
La realidad es que la situación política no cambiará por sí sola. Mientras los corruptos, los aprovechados, los saltimbanquis que pululan por el mundo de la política, sigan campeando a sus anchas –que seguirán, si continúan siendo apoyados en las urnas–, difícilmente se producirán cambios.
A los cambios hay que ayudarlos, empujarlos. Es como empujar la historia, como decía Labordeta.

En versión española

Te puede interesar