La pitada al himno nacional en las finales de la Copa del Rey de fútbol por parte de las hinchadas del Barcelona y/o del Athletic de Bilbao se ha convertido ya en un “clásico”. Algunos quieren ver este hecho como algo “normal” al que no hay que darle mayor importancia e incluso lo intentan justificar apelando a la libertad de expresión. Esta justificación es falaz y no resiste la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si en el campo del Barca o del Athletic de Bilbao, la afición de los equipos rivales silbaran el himno de esas comunidades autónoma ¿O si esas aficiones de los equipos visitantes se atrevieran a llevar banderas de España en lugar de la senyera o la ikurriña?
El no respetar los símbolos nacionales o los de las comunidades autónomas demuestra una falta de respeto, de intolerancia y de inmadurez democrática. El problema es que esas faltas de respeto, de intolerancia y de inmadurez democrática en la mayor parte de los casos se producen en una única y misma dirección, sin que se ponga por parte del Estado ningún remedio para evitarlo.
De este estado de cosas no están libres de culpa los propios clubes. En el caso del Barca, durante los últimos años, ha sido un elemento colaborador activo del proceso secesionista puesto en marcha por los independentistas de CiU y ERC, con el ex-presidente de la Generalitat Artur Mas a la cabeza. El Barça se ha adherido y ha apoyado manifiestos independentistas; su estadio ha sido utilizado para manifestaciones de ese sesgo; algunos de sus directivos han utilizado la institución como trampolín para dar el salto a la política. Y, por tanto, lo que debería ser exclusivamente un club de fútbol se ha convertido en una parte relevante del mapa sociopolítico de Cataluña.
En el caso del Athletic de Bilbao esta pauta de conducta no ha sido tan acusada, al menos en los últimos años, a pesar de que en la conformación de las diversas directivas del club rojiblanco, el PNV siempre ha tenido mucho interés en intervenir y estar presente.
Acostumbrarse o tolerar que se utilicen acontecimientos deportivos de gran impacto mediático como puede ser la final de la Copa del Rey para mofarse o insultar a los símbolos de la nación española es algo que hay que intentar desterrar. Y, aparte de las medidas que puedan adoptar los responsables de las instituciones, no estaría de más que los propios clubes, cuyas aficiones, o parte de ellas, son las que dan la nota, empiecen por despolitizarse y dedicarse a lo único que deberían: el deporte.