Puede que usted piense que frivolizo acerca de lo que fue una ‘cumbre’ de “enorme trascendencia política” (atención, comillas al canto). Pero a mí me pareció de gran relevancia el hecho de que, en la rueda de prensa que ofreció tras su encuentro con Pablo Iglesias, Pedro Sánchez apareciese vestido con una chaqueta de color morado. Que es, claro, el color del partido de su interlocutor. ¿Mano tendida hacia el anhelado pacto que no llega con Iglesias? No, no es, aunque lo parezca, (solamente) una broma.
No se enfade usted conmigo, pero no me pareció que hubiese mucha más sustancia en lo que a los periodistas, incómodamente arracimados en una especie de camarote de los hermanos Marx en la sala de prensa del Congreso, nos dijeron los dos líderes de la izquierda. Ni siquiera llegaron --más allá de mostrarnos, a quienes quisieran analizar a fondo sus respectivos planteamientos, sus diferencias-- a establecer un calendario verdaderamente negociador para llegar a una sesión de investidura. El uno habla de un ‘gobierno a la valenciana’, de fuerzas de izquierda; el otro, aunque sin citarlo expresamente, de un ‘Gobierno a la andaluza’, presidido por un socialista -Sánchez- con el apoyo de Ciudadanos, para lo que Podemos tendría que abstenerse en la votación de investidura. El uno, de la ‘vía del 161’ (escaños), el otro de la ‘vía del 199’. El uno, de un Gobierno con ministros del PSOE, de Podemos, de Ciudadanos e independientes; el otro, de colocar a uno de los suyos -él, modestamente, se retira de lo que nadie nunca le ofreció- en la vicepresidencia, en un Consejo de Ministros con varias presencias de Podemos y ninguna, desde luego, de los de Rivera.
En fin: que más de lo mismo. Que no se entiende que unos y otros quieran gobernar con los mismos a los que ahora sacuden estopa. La única posición clara, inequívoca, ahora es la de Ciudadanos, que aguarda, con paciencia, su momento. Llegará, a este paso. Pero será, quizá, después de las elecciones, esas que se avizoran ya en el horizonte del mes de abril que ahora comienza y que, al concluir, marcará la fecha límite inapelable para volver, ay, a las urnas.
Solo se me ocurren dos salidas: o volver los ojos a la ‘gran coalición’ con un PP renovado (pero ¿le dará tiempo al PP a renovarse de manera lo suficientemente inapelable como para dejar sin argumentos al ‘no, nunca, jamás’ de Sánchez?) o... que Podemos, que está en baja, se abstenga en la votación de investidura y deje paso a un Gobierno, quizá para una Legislatura corta, que lo será en todo caso, de centro-derecha-centro-centro-izquierda integrado por los socialistas, Ciudadanos y quizá otras formaciones minoritarias, con presencia de independientes en el Ejecutivo. No veo, hoy por hoy, que ninguna de estas dos soluciones sea fácil; quizá ya ni siquiera posible.
Entre otras cosas, porque las cosas son según el cristal con que se miren. A mí, incluso, una diputada socialista, que se encontraba a mi lado en la comparecencia de Pedro Sánchez este miércoles tras su encuentro con Iglesias, me negó que la chaqueta del secretario general del PSOE fuese morada. “Es más bien azul”, me dijo, contra las evidencias. Si ni siquiera se llega a un acuerdo sobre eso, ¿cómo diablos llegar a un pacto para gobernar en la que aún es, creo, la décima potencia del mundo, la quinta de Europa?