Jugando al monopolio

Muchas personas creen que votar socialista es ser de izquierdas, por eso no entendieron la actitud de Iglesias al no firmarle a Sánchez un cheque en blanco para que éste fuera investido presidente del gobierno.  

La realidad es que existe demasiada confusión en eso de ser de izquierdas, tanta, que incluso los que nos dedicamos al análisis de la situación política nos preguntamos si la izquierda todavía existe o es ya un espejismo. En cualquier caso, uno tiene claro que los socialistas no lo son, puesto que ellos se han convertido en meros ejecutores de las políticas  del poder financiero. 

Así que Sánchez, aunque se lo propusiera, que no fue el caso, no tenía ningún margen de maniobra para gobernar con Podemos sin enfadar gravemente a la gran banca y a sus agentes agazapados en la dirección del partido. Lo de “no dormir tranquilo” si pactaba con ellos fue una vulgar excusa, lo que realmente quiere es destruirlos políticamente. 

Sánchez sabe muy bien que parte de los votos que alimentan a los morados tienen la marca de su partido, puesto que antes de desatarse la crisis que dio lugar a su nacimiento iban a parar a los socialistas. Por lo tanto, las maniobras políticas sanchistas también responden a un intento por recuperarlos. A ello le está ayudando el poder mediático nacional con toda su maquinaria, disfraces y matices, un poder que dicho sea de paso quiere la vuelta urgente al  bipartidismo. 

Por lo tanto, el plan del presidente del Gobierno en funciones, primero con el esperpento político que montó y después forzando nuevas elecciones, está pensado para borrar a Podemos del mapa electoral. Piensa que asustando al electorado de que vienen las “tres derechas”, al mismo tiempo que lanza un ataque masivo y envenenado contra los de Iglesias, que tiene posibilidades de aglutinar la mayoría del voto de izquierdas en torno a su figura.

Lo cierto es que en este momento los dioses y toda una conjunción astral aparentan favorecerle en esa “empresa”. Porque hasta Íñigo Errejón, convertido en un troyano del poder para acabar con Iglesias, le está ayudando.

De todos modos, habrá que esperar hasta el 10-N para saber lo que ocurre. Aunque la cosa no pinta nada bien para los de Iglesias. Lo que significa que para revertir la situación tendrán primero que ser capaces de poner orden en su gallinero y después dedicarse a tiempo completo en mostrarle a los electores todas las cartas marcadas que utiliza Sánchez para ganarles la partida.

Por lo tanto, no lo tienen fácil. Porque a pesar de ser Iglesias un político brillante en su oratoria cometió varios errores; algunos graves. Como fue apoyar la moción de censura contra Mariano Rajoy. 

Ese fue un error estratégico de gran calado que le dio la posibilidad a Sánchez de llegar a la Moncloa y así “blanquear” su imagen, una imagen que en aquel momento estaba muy deteriorada a los ojos de mucha gente. Bien mirado Sánchez es un producto de Iglesias. 

En todo caso, no sería como para tirar cohetes que en la próxima cita con las urnas el electorado de izquierdas decidiera seguir rescatando o reflotando a los socialistas. Y la razón es muy simple. Aunque a primera vista los gobiernos de coalición puedan parecer complicados, embrollados incluso, no dejan de ser una  herramienta política formidable para poder controlar la corrupción y de paso higienizar la democracia de este país.

La razón es que cuando hay que pactar para gobernar se reducen los espacios para el amiguismo, el clientelismo, el cambalacheo y otras maniobras, puesto que los pactantes se estarán vigilando los unos a los otros durante el tiempo que dure la legislatura, por lo tanto,  nadie se va a sentir seguro para hacer cosas indebidas. Todos tratarán de cuidarse las espaladas.

Y en los países del sur de Europa, donde la honestidad política es un valor poco común, los gobiernos de coalición se han vuelto casi una necesidad. Prueba de ello es que en España desde la aparición del multipartidismo que obliga a pactos o gobiernos en minoría, uno tiene la impresión de que la corrupción ha remitido, lo cual debería ser una razón de mucho peso para rechazar la vuelta al antiguo régimen bipartidista.

Jugando al monopolio

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