¿Recuerdan la película americana “Danzad, danzad, malditos”, dirigida por Sydney Pollack, protagonizada por Jane Fonda? La trama se desarrolla en Estados Unidos durante la Gran Depresión. Desesperados se apuntan a una maratón de baile con un premio de 1500 dólares que les ayude a sobrevivir. Mientras los danzantes fuerzan sus límites, una multitud se divierte durante días.
Cierren los ojos y trasladen ese escenario al presente. Ábranlos: comienzos del siglo XXI, en la España de la Gran Depresión. Tras la dictadura nos prometieron una transición hacia un Sangrilá llamado Europa. Incluso navegamos entre algodones, en forma de estado del bienestar. Creímos ser pasajeros de un crucero con derecho a vivir, con un horizonte con vistas a un futuro con futuro. Agotado este tiempo, surgió Doña Troika y quedamos cegados. “Hello, pigs”, nos saludaron los europeos y atónitos, miramos atrás, quizás fuese a los portugueses, no, a los portugueses también. Pedimos amparo y nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que el estado del bienestar no es un derecho, son sombras chinescas de los años 80 para hacer creíble una transición a ninguna parte.
Una gran pista de baile con cientos de miles de parejas dispuestas a danzar más allá de sus fuerzas. Llevamos 22 meses bailando. La ministra deambula marcando una cruz en aquellas parejas que lograron su premio –contrato por horas, dos parados menos. Algunas han sido marcadas una docena de veces en este tiempo –contrato por horas, dos parados menos. Un público enfervorizado jalea a los danzantes, son las clases adineradas, los grandes triunfadores y protagonistas del milagro económico anunciado. Entre los asistentes, los patrocinadores: El FMI, La Troika y la mencionada Báñez, como jurado. ¡Danzad, danzad, malditos!, jalean los privilegiados.
La ley Wert inculca ideas: “valores” es la cotización de las acciones en bolsa y que Ética sólo es el masculino de Ática. Suprimir la memoria histórica, así no les culparemos por sus hechos. Emilio Lledó nos iluminaba un camino que otros tratan de ocultar. En la mente, José Luis Sampedro, Stephane Hessel… Quizás la sabiduría sean las arrugas del tiempo. Precisamos exprimir el poder hasta que recobre la inteligencia. Carecemos de un gen llamado ética y la paciencia ha pasado a ser una forma de vida. La indecencia y la codicia política son el germen de la corrupción económica e intelectual.
Rayos en el amanecer adivinan un tiempo nuevo. El pasado día 24 una lluvia fina caló en la piel del país. Algunos que habitamos en el ático de la vida estamos muy preocupados. No hagan caso, aquí en lo alto cohabitan la avaricia con el diabetes, la soberbia con la hipertensión y la envidia por lo que ya pasó. Aquellos del 68 son los neocon del siglo XXI. La sabiduría es un bien escaso. Albergamos la esperanza de un futuro donde el individuo, como ser primordial, sea el protagonista. Así lo exigimos aquellos moradores de las alturas que reconocemos la diferencia entre la estulticia y la pericia.