Doña Isabel Celáa Diéguez llegó al descubrimiento revolucionario de que los hijos no eran de los padres. Se refería al aspecto educativo, claro, porque si afectara a lo genésico viviríamos en una sociedad con un preocupante y sospechoso porcentaje de hijos de puta.
Doña Isabel, por su experiencia en cargos político-administrativos relacionados con la educación, considera una pejiguera que los padres se inmiscuyan en la educación que vayan a recibir sus hijos, doctrina nada nueva, porque ya estuvo en vigor, desde 1917, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, donde no sólo se desvinculaba a los padres del proceso educativo, sino que el Estado decidía si ese niño o esa niña tenia que dedicarse al atletismo, al servicio de bomberos, a ocupar un puesto en la cadena de montaje de una fábrica, o a cursar estudios universitarios.
No creo que doña Isabel haya llegado a ese punto del siempre autoritario comunismo, pero estamos a menos de un mes para que comience el curso, y los padres con hijos en edad escolar no tienen todavía puñetera idea de si tienen que llevarlos a la escuela, tienen que dejarlos en casa, o deben llevarlos al Ministerio de Educación para que doña Isabel organice el reparto.
Está bien que tengamos una ministra con vocación autoritaria, pero la autoridad se debe ejercer para que no lleguemos al caos. Más que nada, porque como sabe por experiencia doña Isabel los padres son responsables subsidiarios de los cachorros, lo mismo si rompen un cristal con un balón, que si provocan un incendio.
Hay parejas donde puede ocurrir que todavía tengan trabajo la madre y el padre. Sería conveniente que entre las autonomías y doña Isabel decidan algo que es de su competencia, tras declarar incompetentes a los padres.