Millennials o nacidos después de 1980 que con el inicio del milenio llegaron a la vida adulta; mammoni o jóvenes con dificultades para emanciparse; ninis que ni estudian ni trabajan. Son algunas de las denominaciones que hoy señalan distintas generaciones con problemáticas diversas y características que los hacen únicos. Unos y otros son objeto de seguimiento por parte de empresas y consultoras, hasta el punto de que no pasan muchos días sin que se publique algún estudio al respecto.
Importan, entre otras cosas, porque son muchos. Instalados ya en el mundo del trabajo y del consumo, los millennials, por ejemplo, suponen un 26 por ciento de la población mundial, significan ya más de la mitad de la población activa y en ocho años serán el 75 por ciento de las personas en edad laboral, lo que les confiere una gran capacidad de influencia.
Mayoritariamente urbanos y considerados como la primera generación de nativos digitales, su conexión permanente y su consiguiente alta sociabilidad les otorgan un notable ascendiente en las compras y los convierte en creadores de tendencias. Son lo que se llama prosumidores; es decir, consumidores que participan en la creación de productos acordes con sus necesidades, opinan sobre ellos y tienen poder sobre las marcas a través de las redes sociales.
En realidad, en un colectivo tan numeroso resulta difícil establecer patrones que sirvan para todos, aunque –se dice– son más parecidos entre sí que los miembros de otras generaciones debido a la globalización y a la homogeneidad de información y valores que se les ha transmitido a través de las tecnologías. La semejanza es más clara entre los que se denominan “junior millennial”; esto es, los nacidos entre 1990 y 2000, y que son los que ahora están terminando de formarse o entrando en el mercado laboral.
Constructores también de estructuras morales, su influencia se ha empezado a notar en las urnas. Sus votos fueron decisivos en las victorias de Obama. Y, sin ir tan lejos, en las pasadas elecciones británicas su movilización, en particular venganza por el Brexit, impulsó a los laboristas, aunque lo fuera en la figura de un personaje tan generacionalmente distante como Jeremy Corbyn.
En este sentido, un reciente estudio de la Fundación Felipe González, en colaboración con otras instituciones internacionales, ha puesto de relieve cómo los jóvenes se han vuelto a interesar por la política, pero no por los políticos convencionales, a los que ven muy alejados de su realidad.
Esta desconfianza es una de las diferencias que el estudio muestra entre los millennials españoles y sus coetáneos de otros países. Si solo el 21 por ciento de los encuestados de nuestro país cree que los políticos quieren el mejor futuro posible para ellos, en Alemania los que confían en la clase dirigente llega al 97 por ciento. Como para que tome nota quien corresponda.