Lo sólido de la luz

a piedra solar ha venido a visitarnos esta gris mañana de invierno, ha caído en medio de un cielo cuajado de negros nubarrones, y ha abierto, sin estrépito, un roto de estremecido azul por el que siento fugarse el alma. 
En el suelo, la lluvia, es una larga y pesada sombra que en todo alienta y de todo es conciencia, puede parecer un exceso, sin embargo, no oigo a mi alrededor quejas, está, por el contrario, encantada la piedra con el vegetal vestido que la colma, como alegre está la hierba, la hiedra y el camelio, que tizna en el rojo de sus pétalos el verde prado de su sombra. 
Me detengo a escuchar, y el silencio me revela el esencial martillar del yunque fluvial del Umia, un río crecido, capaz de llevar bajo sus alas, las riberas, caminos y veredas por las que en días de más calma pasean los enamorados y vuelan los solitarios.
A lo lejos, dama de grandes ojos, el puente, teje y desteje sueños en el alado despertar de las palomas que anidan en sus lágrimas. Mira curioso la incierta mansedumbre del agua, busca, y lo sé, a la otra mitad de su femenina esencia, la garza, su insomnio, su elegancia… ser de quebrado trazo que le permite, sin misterio, alzarse fiera en la tierra, reflejarse plácida en el agua y abismarse serena en el universo.
El sabio mirlo golpea con su cola la callada puerta del registro de la propiedad, no quiere que nadie pueda poner a su nombre ese gajo de piedra solar capaz de enardecer las almas.

Lo sólido de la luz

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