Y no me refiero a las mascarillas que nos han colocado y que disciplinadamente utilizo como todo el mundo normal, no asilvestrado, aunque me siga costando trabajo entender, y nadie me lo explica, como el mismo gobierno que dijo que no eran necesarias las impone ahora como obligatorias bajo pena de multa.
Me refiero al ambiente en el que vivimos los ciudadanos y que cada día empeora por la mediocridad de nuestros gobernantes. Vivimos envueltos en la amenaza permanente de un contagio y con la zanahoria de una vacuna que los gobernantes nos anuncian como inmediata en un ejercicio irresponsable. No valen vacunas exprés, dudo que la mayoría aceptara vacunarse con un medicamento sin contrastar adecuadamente. La vacuna llegará cuando llegue, sin prisas, y mientras tanto lo que hemos de hacer es aprender a convivir con la amenaza, anunciar ilusiones para buscar réditos políticos solo nos conducirá a grandes decepciones y mucha ansiedad lo que no es la mejor manera de enfrentarnos al enemigo común, quizá sea la peor. Los políticos discuten y discuten y la ciudadanía asistimos perplejos a un espectáculo que, desde el punto de vista democrático, es despreciable.
No acabamos de ver y escuchar a científicos y nos hartamos de ver a políticos jugando con nuestra salud. Por si esto fuera poco, Podemos con el consentimiento del presidente Sánchez, pone en su punto de mira al jefe del estado, rompe todos los consensos constitucionales y genera una inestabilidad que contribuye, sin duda, a profundizar en la crisis económica y social que también nos atenaza. Otro de nuestros poderes, el judicial, evidencia la necesidad de los partidos políticos por controlar sin escrúpulos la máxima judicatura de España, quizá pensando en protegerse en esta forma de hacer política absolutamente judicializada que pone en riesgo la credibilidad de un poder fundamental en nuestro estado de derecho. El cierre de empresas y la imposible supervivencia de miles de autónomos es otro de los aditivos de los que disfrutamos en esta ensalada de desgracias que vivimos.
La economía hecha unos zorros y las colas del hambre se ven ya en nuestras ciudades ante la aparente pasividad de los responsables gubernamentales. Desde 1978 jamás había percibido tanto odio en las calles derivado, sin duda, de lo que vemos en las instituciones y de los navajazos que se procuran sus señorías desde sus escaños calentando así las calles en un ejercicio de máxima irresponsabilidad porque estas cosas se saben como empiezan, pero nunca como acaban. La clase media o lo que queda de ella sufre para poder pagar sus impuestos y siempre con la espada de
Damocles sobre nuestras cabezas porque, de no poder pagar, sabemos que podemos perderlo todo en favor de un estado vampirito que no muestra empatía alguna con la realidad que vivimos los mortales de a pie. La contumaz insistencia de la izquierda por resucitar cada día a Franco con la disculpa de hacer justicia histórica es una cortina de humo que pretende entretenernos mientras nos arruinamos. Ya pasó en otros países que ustedes conocen y el resultado final fue pobreza y hambre, decían en otros tiempos que Franco utilizaba el fútbol como entretenimiento para que el pueblo no se fijara en otros problemas, ahora la figura del propio Franco es utilizada con idénticos fines y, ni aún así, consiguen apartarnos de nuestra realidad: incertidumbre, pobreza, ausencia de futuro para nuestros hijos y bolsillos vacíos, cuestiones todas ellas, imposibles de ocultar o disfrazar. Cataluña y los separatistas añaden, por si nos faltaba algo, más madera a un horno que está cerca de estallar. Que pare el mundo que yo me bajo, sirva de homenaje a Quino y a Mafalda. Por todo ello les ruego, ¡déjennos respirar por Dios!