EN LA PLAZA

Que me estoy haciendo viejo es un hecho. Nos pasa a todos, por eso no me preocupa. Que a veces veo cosas que me cuesta asimilar, también; incluso a pesar de intentar cada mañana ponerme la autoconvencida máscara de “tío progre y comprensivo”. Pero hay veces que la realidad supera mi ficción. El sábado pasado salí a tomar unos “copeigs” con un par de amigos, igual de viejos y sabios que yo.
Pues bien, como consecuencia de las altas temperaturas, Ferrol estaba abarrotado, no se cabía en las terrazas, las edades de los noctámbulos oscilaban entre los 16 y los 60 años; de todo tipo, barrio y condición. Nada más sentarme en una conocida terraza de la Plaza de Amboage, y cuando todavía no había tomado ni el primer gin-tonic, lo que significa que todavía estaba en un estado más que aceptable de percepción sensorial, observo a unos metros a una pareja heterosexual (ahora todo hay que explicarlo) de corta edad, más bien muy corta edad, que se estaban dando el gran filetazo a la vista de la concurrencia. No, no piensen que esto me escandalizó, en mi época también ocurría y los que estén libres de pecado que tiren la primera piedra. En absoluto me molestó, ni me pareció significativo este hecho; lo que si me pareció totalmente innovador aunque no le encuentro el sentido, es que mientras se estaban dando el revolcón, la chica alejaba su mano izquierda y tomaba fotografías con el móvil de última generación pagado presumiblemente por “papá y mamá”.
Este ritual lo realizaron en varias ocasiones y cada vez que se sacaban unas fotitos, paraban la lengüita para manipular las teclas del aparatito (me refiero al electrónico, obviamente) y enviar la fotografía de la refriega por las redes sociales. Supongo que para que su amiga Maripili que ahora está de vacaciones en “Sangenjoooo…” pueda degustar en directo la butifarra del actual perro de su amiga ferrolana. Acojonante. A la par, supongo que Felipito, que ahora está haciendo un curso de inglés en Irlanda, le habrá hecho mucha ilusión ver el chafarís de la churri de su amigo Adrián. Para eso están los amigos, supongo. No quiero ni pensar lo que harán con el móvil en la alcoba de la casa de invierno de la abuela.
En fin, ¡y después nos extraña que ocurran otras cosas!

 

EN LA PLAZA

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