Entre la propuesta de María Dolores de Cospedal de que los políticos se pluriempleen y tengan el Parlamento como segunda actividad sin retribución, y lo que sucede ahora mismo existen un millón de pasos. No se trata, desde luego, de que los diputados no tengan derecho a un sueldo digno. Es justo que cobren en función del trabajo que realizan. Sin embargo, son todas esas extrañas prebendas que les rodean las que desatan la mayor parte de los ataques de piojos de los ciudadanos.
No se entiende, por ejemplo, que si viven en Madrid cobren dietas por traslado desde las provincias por las que fueron elegidos. Ni que viajen en primera en los aviones a cuenta del erario público.
Ni tan siquiera que seamos todos los que les paguemos internet en sus domicilios para que sus hijos se bajen el último disco del Bisbal, sus teléfonos móviles, (por supuesto, de última generación) y hasta los taxis para ir a las sesiones, no vaya a ser que si se suben a un bus sufran un shock al contemplar tan de cerca la realidad social.
Con frecuencia se dice que los cargos públicos españoles están mal pagados y es posible que así sea. Pero, de ser cierto, no se entienden las puñaladas traperas que se producen entre compañeros de partido cada vez que se abre el proceso para la elaboración de unas listas. O la vehemencia con la que sus señorías se empeñan en mantener el número de diputados inamovible, solo comprensible para los ciudadanos como un modo de ganar papeletas en esa lotería que supone el acceso al puesto público.
Desde luego, tengo serias dudas de que tanto interés por ir en los puestos que garanticen la elección no se deba en el cien por cien de los casos en a la desmedida intención del individuo en cuestión por ayudar a sus conciudadanos.
Si hasta exbanqueros como Mario Conde parecen seducidos por eso de la cosa pública y flirtean con la posibilidad de presentarse a las gallegas. Así de simple. Ni programa, ni lista, ni nada, solo la garantía mediática que le da su nombre en un país que es capaz de olvidar hasta su paso por la cárcel.
Y el problema es que, a buen seguro, hasta habrá quien le vote, como en su día sucedió con aquel Ruiz Mateos que consiguió entrar en el Parlamento europeo y, al mismo tiempo, el aforamiento que impedía su ingreso en prisión.
Tenemos políticos corruptos, otros que asaltan supermercados para repartir alimentos con los hambrientos y al día siguiente tiendas de Zara, seguro que para vestir a quienes andan en pelotas. También hay concejales con aspiraciones de artista porno y alcaldes que acosan a sus secretarias. Presidentes de Diputación convertidos en agencias de colocación (de amigos y allegados, por supuesto) y altos cargos conseguidores de encuentros oscuros con ministros y conselleiros.