Galleguidad y pobreza

en una calle de una ciudad cualquiera, sentado en el umbral de una puerta, un hombre desquiciado por la tristeza y por ella congelado en un rictus de amargura que hace enfermar a la pena.
A sus pies una gorra salpicada de monedas, a su lado un pedazo de cartón marrón y sobre él la crónica de su vida; situación laboral, familiar, económica y como colofón: “gallego”. Leo después de mirarlo sobrecogido por esa mansa melancolía a que aboca la rebeldía de los hombres que nada hacemos por los demás, esos que ni los esclavizamos ni liberamos; seres sin arrojo que nos limitamos a compadecernos en ellos.
Reflexiono sin acabar de entender o querer entender que desea trasmitirnos con esa declaración que lo nombraba en una condición y naturaleza que nada tenía que ver con la que en él se advertía; fue verlo y reconocerlo en su humanidad sin acertar a adivinar su “galleguidad”. La distinción me inquieta. Quiero pensar que fue para hacernos saber que los pobres siguen siendo de allí donde nacieron al margen de los avatares de la vida. Que no pasan a ser, pese a parecerlo, de una región del universo social sin límite geográfico ni otros accidentes que los de la desatención. Que si la tierra es una, la humanidad también. Y que ayudarlos no es auxiliarlos con la caridad o el orgullo nacional, sino con lo fraterno de la universal solidaridad. Ese es mi deseo, el suyo unas monedas, símbolo de su desamparo; amargo sustento de su dignidad.

Galleguidad y pobreza

Te puede interesar