A la mirada de un ciego. A un violinista en una esquina que rasca una canción: “Adiós muchachos…”. A un pasillo de un hospital cuando acaban de irse las visitas. A la cola de taxis en una parada sin clientes. A la plaza del pescado vacía. A una calle recién arreglada que ya parece vieja. A la tristeza de unas velas que ardieron la noche anterior y han dejado sus huellas en el suelo. A una calle peatonal sin peatones. Al reflejo de un árbol en la oscuridad. A muros sin derribar. A las espaldas del mar. Al anacrónico bus en homenaje a los Beatles que hay en el muelle. A la canción For no one. A la millonésima versión de My Way. Al sueño de los que se fueron y lo reviven cada vez que regresan a la infancia como si todavía fuera de ellos. A los que la piensan solo como historia, así la hacen presente. A la casa vacía de Carballo Calero. A las casas vacías de todos. A la apariencia de ser siempre otra cosa. A placas sucias de muertos célebres. Al bando irreconocible del alcalde. “Lloras por nadie, en sus ojos no ves nada. No hay signos de amor detrás de las lágrimas”.