Conocer la realidad

a realidad existe con independencia de que la conozcamos o no; pero, para los seres humanos, sólo existe realmente cuando efectivamente la conocemos, es decir, cuando se hace consciente en nuestra mente mediante la captación o aprehensión intelectual de su imagen porque, como se sabe, no es la realidad la que entra en nuestra mente, sino su imagen. Nuestro cerebro no crea ni produce la realidad, sino que capta su imagen a través de su reproducción ideal.
Pero ese afán y deseo natural de saber, propio del ser humano, se enfrenta siempre al desafío de saber hasta qué punto las cosas son como son o son como nosotros las vemos. El propio Kant reconocía que, “vemos las cosas no como son sino como somos nosotros” y esa misma idea, se recoge en el Talmud o libro sagrado de los judíos, según el cual, “no vemos el mundo como es, vemos el mundo como somos”.
Es evidente que la realidad tiene que existir para poder ser conocida; pero para conocerla, tenemos que aceptarla tal y como nuestro cerebro nos la presenta, o mejor, representa.
Para que esa reciprocidad se produzca es preciso que nuestro conocimiento sea lo más objetivo posible, conforme a los datos que la realidad nos ofrece.
No cabe, pues, interpretar la realidad con arreglo a nuestro juicio, desconociendo los datos empíricos que la realidad nos proporciona. Cuando esto ocurre, tiene razón Nietzsche al decir que, “no hay hechos sino interpretaciones”.
Ante ese dilema del conocimiento y la realidad y para mejor captar esta y la fidelidad de su representación ideal en nuestra mente, es acertada la afirmación de Hegel cuando dice que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”.
Es cierto que si, como dice Ortega, “la claridad es la cortesía del filósofo”, Hegel no se distingue por esa cualidad; pero negarle a este filósofo la hondura y profundidad de su pensamiento o ironizar sobre sus ideas, como hizo Schopenhauer, es no reconocer las aportaciones importantes que este filósofo alemán hizo al avance del pensamiento en el mundo. A él se debe el proceso dialéctico de la tesis, antítesis y síntesis, iniciado por Sócrates con su “mayéutica”, o sistema de preguntas y repreguntas para intentar alcanzar la verdad.
También a Hegel se debe la idea del Estado, no como un ente natural producto de la evolución, sino como una creación libre del espíritu humano, pues a diferencia de la nación, el Estado nace y surge como creación humana para la autorregulación de la convivencia libre y social de las personas.
Tiene, pues, razón Hegel cuando afirma que “todo lo real es racional” porque es lo que vemos y tocamos, es decir, en lo que racionalmente creemos y que “todo lo racional es real”, pues significa que el pensamiento lógico es real, es decir, que coincide con la realidad; el pensamiento es la realidad.
Kant distingue real y realidad, diciendo que lo real es la esencia misma de las cosas, el conocimiento último y la realidad lo que la mente humana percibe a través de los sentidos; pero, refiriéndose a la verdadera naturaleza de las cosas, no duda en afirmar que “eso es algo que nunca sabremos de verdad, nunca”.

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