Fue hace unos cincuenta años, números redondos, que hice mi primer viaje a Madrid, un largo trayecto en tren. Era yo un tierno adolescente, apenas barbado, y a la vuelta coincidí en mi departamento con el que era, por entonces, líder palestino en España, un chico alto, espigado, con explicable tendencia a encorvarse, una resuelta mirada inteligente y un dibujo de cara que hacía del todo incomprensible dónde empezaba el árabe y dónde terminaba el judío, todo conformado por unos ojos negros de inequívoca solvencia azabache.
Viajaba él con destino a Santiago de Compostela, donde estudiaba, creo que Derecho, y después de toda una noche de concentrada conversación, expresándose en un español culto y fluido, naturalmente con el agregado exótico de su marcado acento, tuve yo la convicción segura de que nunca sería posible la superación del conflicto territorial y político entre Israel y el mundo árabe, Palestina, para más precisas señas, y en idéntica consideración sigo hoy, desde luego, eso sí, ahora afianzado en la experiencia al caso que es de reconocer en todo este medio siglo ya transcurrido.
Cierto que la llamada Guerra de los Seis Días estaba, por entonces, bien reciente, y eso podría condicionar, muy de seguro, el ánimo de mi interlocutor palestino, pero lo que yo había advertido en conclusión, para mí, inequívoca, era la absoluta falta de voluntad en solucionar el asunto de fondo, antes al contrario, se diría que el planteamiento no buscaba sino aportar cuantos más argumentos a la dialéctica del enfrentamiento, de la subversión, cómo no, con el corolario de los muertos como tributo heroico y necesario, esa cuota de mártires a la causa palestina, a la agitación internacional del conflicto, a la simbología estética y creciente de “palestinas” luciendo todos los cuellos de la izquierda caviar, que es pose que les pone mucho, claro que otra cosa es que tengan conocimiento más o menos elaborado de todo esto, a salvo sus tópicos de breviario.
De otra parte, no será necesario explicarlo, la determinación de Israel, del Estado judío, por demás fiel a sus orígenes, es bien conocida, y por cierto, también, contundentes sus métodos y eficacia militares, y todo ello, además, avalado, afianzado, en una solvencia internacional de apoyo económico muy poderosa y reconocible.
No parece, en principio, que se acomode demasiado el relato anterior, por su virulencia antagonista, al corolario trágico de las dos Españas, pero es muy evidente que tiene una marcada semejanza de irresolución, a poco que se considere, muy sobre todo desde el estigma dramático de la Guerra Civil, con su posterior asimilación al régimen nacido con la victoria de los nacionales, así expresado con toda intención de base argumental.
Tiene la izquierda política un concepto restrictivo y crítico del patriotismo, mucho más acentuado en el caso español, y es por eso que le interesan más las “vividuras” de Américo Castro que el rigor sobrio y contundente de Sánchez Albornoz, por ejemplo; le complace más ese aspecto de colorín convivencial que aporta la armonía de las tres culturas, esa falsedad que nunca existió con la intención que se pretende. Además, la exuberancia imaginativa de Castro se acomoda del todo a esa consideración ideológica de España como un plural en el que disolver todo carácter de unidad, ya antropológica, histórica, cultural, religiosa y, cómo no, divide y vencerás, totum revolutum, también geográfica. Y en eso estamos, por igual ahora, con un felón administrando sus limitaciones, muchas y tremendas, a cuenta de qué pueda ser España según su breviario psicológico. ¡Qué cosa, de verdad …!.
En fin, habrá que hacer algo, y hacerlo pronto, y hacerlo bien, antes de que la noche se cierre sobre España, agorera y alevosa de puñales, y resulte preciso un nuevo amanecer, una nueva regeneración de sus fundamentos históricos. Dijo Antonio Machado, y algunos otros, en su espíritu esencial, que despreciar cuanto se ignora es actitud de uso frecuente y pernicioso, y a veces, también, funesto, y aunque soy yo quien se toma la licencia de los calificativos, creo que Don Antonio no habría de corregirme demasiado, y en todo caso, me parece que son palabras que convienen y describen el cotarro español actual, su gobierno, su ridícula fisonomía, su descrédito, pero también, naturalmente, por esto mismo, su peligro fanático y crucial.