La metáfora de la vergüenza o el cuento de la buena pipa

staba trabajando en una novela, y de pronto que le asalta la necesidad de un manifiesto rebelde contra la descivilización, toma, anda, y vaya con la palabreja, y su destino, y su sentido, y sobre todo, cómo no, su inspiración, esa cosa de Cifuentes, ay, aplaudida… Y el bochorno que siente, dice, compungido, supongo, ante la distopía y el retroceso que vive el mundo en la actualidad. 
Hay gente que se ha desprendido de la vergüenza totalmente y, advierte, el hábitat de la vergüenza está contaminado y puede anestesiarse. Por eso, afirma, sentir vergüenza (hoy) es ya una revolución. Y concluye, avisando admonitorio, que si no funciona el fusible de la vergüenza habrá un apagón total. 
Y en fin, para qué aclararlo, mejor centrifugarlo, ya continúa todo seguido con el edificio y la praxis del honrado discurso socialdemócrata, leninismo amable donde los haya, o él dirá, en todo caso de izquierdas, por supuesto, en la línea recta, mientras comulga, de esa civilidad que representan, por ejemplo, los pretendidos derechos de los chimpancés como personas, que todo se andará, en versión avanzada del New York Times, esa manera tan estupefaciente y modernita de hacer periodismo, como por aquí hacen el antiguo director de informativos de RTVE en el tardofranquismo, ése de mi reino por un sillón con letra, y el propio Manuel Rivas, que ha de caer esa breva, al fin uno y otro con idéntica simbología astrológica, ya se sabe, la fuerza del destino. 
Y es a Manuel Rivas, claro, que me vengo refiriendo en ese texto que antecede… Escritor, periodista, poeta y ensayista, dicen, la verdad, hace bien porque, ya puestos, qué caramba, vamos a darle a todos los palos, y a todas las velas… Y en esto que lleva una carrera pletórica de éxitos, eso que da en llamarse de crítica y público, que a saber cómo le sienta, paradigma él de incesante humildad, no como otros que nos llevamos el dedo a la boca, para mojarlo bien, antes de escribir palabra sí, palabra n… Andan las jaulas detrás de las palabras libres, sentencia estupendo y consciente de lo requetebonita que le quedó la frase para su parroquia global y justiciera. Veamos hasta dónde da el hilo… 
A mí, dígase ya, lo de Cifuentes, esos méritos académicos de pacotilla y brocha gorda, me parece una vulgar grosería, fruto del mal de altura, sin más ni menos añadidos que otros casos de naturaleza semejante. Y bueno, esas cajas de crema cleptómana en el bolso, es verdad que pueden suponer una tendencia resbalosa poco recomendable, y hasta la prefiguración psicológica de una persona desahogada en exceso que debe procurarse más ponderados equilibrios, pero no es seguro, y menos crucial y decisivo, si lo comparamos con tantas y tantas perversiones de gentes, unos y otros, malversadores de dinero público en cantidades obscenas, y que siguen su vida, a veces, casi sin molestias, amparados en la salvaguarda de unas garantías jurídicas tan excesivas en su laxitud de interpretación y acomodo al interés de quien delinque, que resultan inmorales en sus posibilidades evasivas y gravemente injustas en sus fines últimos de higiene social.
A cambio, esa teoría de la vergüenza de Manuel Rivas, no es sino la escenificación clásica, en su predio ideológico, de una gran hipocresía, de un cinismo réprobo que provoca la paradoja, buscada, de que mis conclusiones, bien opuestas en origen, y las suyas, aparenten ser idénticas. 
Que la gente, mucha gente, se desprendió de la vergüenza, y que sentir vergüenza es, hoy, un acto en verdad revolucionario, y además moralmente exigible, es que no puedo estar más de acuerdo, pletóricamente de acuerdo. Sin embargo, es abyecta demagogia esa consideración, selectiva, de dónde se encuentre la vergüenza, qué sea o no vergüenza, y cuáles los desvergonzados, o sea, cuando ya esa expresión de superioridad moral emerge con desparpajo de manifiesto solemne indicando cuál es el camino, el único camino, y los únicos sinvergüenzas. Y es que, claro, este chico, es el mismo que cuando la juventud le regalaba los bríos con que pulió sus enérgicos ademanes antifascistas, exigió explicaciones a Torrente Ballester por su pasado falangista y le recriminó con chulería admonitoria, y revolucionaria, por supuesto, pasado tan vergonzante. Con dos pelotas, y una raqueta, o sin ella. Y en eso sigue, haciendo méritos, cada vez más, cada vez menos… Qué vergüenza, de verdad…
 

La metáfora de la vergüenza o el cuento de la buena pipa

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