Vivir en tiempos de Alepo

Entre un café y un “buenos días” me sobresalta la portada del diario con la imagen de un niño sin brazos intentando manipular una tablet entre los hombros y su nariz como puntero. Detengo la mirada: “La foto de un tinerfeño devuelven los brazos a un niño de Alepo”. El titular sacia mi curiosidad y, sin más, paso la hoja, en busca de carnaza para mi siguiente artículo. Algo se me remueve en el corazón, ante un aviso de la ética, que pasaba por allí: ¿Qué te pasa, Moncho, has perdido la razón entre tanta basura? ¿Ya no distingues la tragedia de lo pusilánime? Avergonzado, vuelvo a la portada, me intereso por ese niño y decido cerrar el diario y pasarme urgentemente por Alepo.
La historia está plagada de Alepos para vergüenza de una especie humana empecinada en repetirla. Jericó, no muy distante, más de treinta siglos atrás, fue víctima de un arma sónica, en forma de trompetas, que derribó sus murallas y aniquiló a sus habitantes. O Troya llevada a cenizas por intrusos caballos, con Paris enamorando a Elena y Aquiles jugando a ser Brad Pitt. Un salto en el tiempo, nos puede llevar a Guernica, la vergüenza de una Luftwaffe y los nacionales. Stalingrado, masacrada hasta el delirio por un Reich en Tercera Fase. Dresde, bombardeada con saña; decenas de miles de muertes inocentes para saciarse de las uvas de la ira, sobrevolando una ciudad con la parca en sus pies. Hiroshima y Nagasaki, arrasadas por átomos de la muerte lanzados desde un Enola Gay, en aras de acortar una guerra
Alepo es una muesca más en el revólver ubicado enfrente al edificio de las Naciones Unidas, con el cañón retorcido, como miserable ejemplo de lo que en aquel foro se decide. Alepo nos habla de miles y miles de inocentes víctimas, seres humanos de toda edad y condición, que pasaban por allí y allí son aniquilados.
Bashar Al-Assad, un sátrapa sanguinario y rebeldes con causa, que a fuerza de ejercerla la van perdiendo, repeliendo ataques por parte de ejércitos gubernamentales amparados por Putin I, el zar de todas las Rusias, con formas de KGB.
Barack Hussein Obama, incapaz de cumplir su promesa de retirar las tropas de Afganistán, torpe en Irak y frío calculador en Siria. Los medios afines lo muestran en papel couché, abrazando a niños en despacho oval. Guantánamo queda en el olvido de un “no fue posible” con torturas y torturadores en presente continuo. La diáspora de miles de seres humanos en huida de los Alepos de turno, sometidos al ahogamiento por desidia de una Europa desnortada, con rumbo a ninguna parte. Somos responsables de todas y cada una de las muertes que el Mediterráneo acoge en su seno. Nos creemos seres individuales al amparo de nuestra ética, cuando, en realidad, nos asemejamos más a esos cardúmenes de arenques, presas del pánico que se agrupan en remolinos sinfónicos, para ser finalmente engullidos por las fauces de ballenas rorcuales, en orquestada sinfonía. Nos creemos poseedores de la verdad en 140 caracteres, incluso capaces de un “me gusta”. Otra cosa es el “compartir”, eso ya es meterse en líos.
Me declaro culpable de no querer compartir con ustedes la historia de una tablet, sujeta por los hombros de mi conciencia.

Vivir en tiempos de Alepo

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