FILOSÓFICA

Que la razón no pide nada contrario a la naturaleza humana es un hermoso precepto de Spinoza que vive un amargo presente. Tal vez siempre haya sido agraz la realidad de este planteo, no solo porque no sepamos muy bien qué es eso de la razón o dónde comienza o acaba lo que llamamos “naturaleza humana”, sino porque, aún manteniendo ideas más o menos intuitivas al respecto, tropezamos con que la razón y la “naturaleza humana”, sean estas lo que fueren, no son sino también “horror a manos llenas”, que dijera el poeta Blas de Otero. De ahí que nuestros días y noche transcurran en un pesimismo algo más acentuado que el del viejo relojero al que un ciego e iluminado argentino dedicó unos versos, mucho tiempo después. Hoy nos sentimos lejos de una ética demostrada según un orden geométrico. Esa compleja sencillez la hemos perdido para siempre. Hoy la ética exige tejer sobre la nada, hacerse “ángel fieramente humano”, “arañar sombras” para ver y creer que si no hay algo mejor al otro lado del horror, hay que inventarlo.
Adorno se preguntó acerca de la posibilidad del pensamiento después de Aushwitz. Tras la “organización racional y política, banal, del exterminio humano, algo comenzó a pudrir la vida y por eso había que detenerse e intentar sanar el corazón y sus heridas. Pero, tras Aushwitz, ¡cuántas masacres más han vibrado bajo el sol! ¡Y cuántas lo hacen ahora mismo! En estos días la opinión pública se alinea hacia Siria, pero la violencia no empieza ni acaba con la dramática guerra en ese país, sino que ese país es un ejemplo más de la violencia derramada por todas partes. Pensemos, por ejemplo, en el paulatino exterminio de los pueblos indígenas sudamericanos de los que ya hemos hablado semanas atrás, o la insostenible situación en varios países africanos, como Sudán, Uganda o el Congo, donde los años han ido destilando la sangre de los inocentes bajo la inconmovible mirada de la política internacional. ¿Es que no se podía saber lo que ocurría en el Congo desde que Leopoldo II lo llevaba como su cortijo privado? ¿Es que hacen falta tantos kafkianos emisarios para constatar la violación de los más básicos derechos humanos? No. Lo único que nos indica este vergonzoso hecho es que hemos caído en lo que Kant deploraba, en una especie de moralismo político donde lo que importa son las argumentaciones “ad hoc” para justificar tal o cual acción y olvidar el resto. No solo Aushwitz debe interrogarnos. Tal vez Aushwitz haya sido el mayor acicate contemporáneo que ha sacado al hombre occidental de los plácidos jardines de Morfeo y lo ha arrojado a los terribles campos de batalla goyescos; el mayor acicate, pero no el único. La realidad es que actualmente, responsables de trabajar en una interpretación de nuestra historia, debemos tener más presente que nunca que el pensamiento debe enfrentarse tanto a la violencia de los acusados como a la de los acusadores. Tanto unos como otros carecen de credibilidad y de la única autoridad que regala el respeto. Pero la primera cosa que podríamos hacer, como seres conscientes de nuestra responsabilidad, es dejar de mirar solo hacia donde nos ordenan mirar las grandes empresas de información. No se trata de intervenir o no en un país, sino de cumplir honradamente con un proyecto de comunidad internacional, defensora de unos derechos básicos, que esté moralmente obligada a juzgar toda violación de los mismos, con rapidez y total desinterés. Por desgracia, creo que todos nos damos cuenta de que estamos muy lejos de eso.  
Pero volvamos a la razón de la mano de otro de sus mayores admiradores, Hegel. Nuestra época, aún por definir, sintió como un deber el denunciar el escándalo racionalista hegeliano, según el cual todo lo real es racional y todo lo racional es real. Sin embargo, hay unas líneas del pensador alemán que me atrapan: “la razón, que existe en la conciencia como fe en la omnipresencia de la razón sobre el mundo”. La razón no aparece sino como una “fe” en la ubicuidad de la razón, lo cual es distinto de ver confirmado que todo se afilia a la razón. A pesar de que que repito que no sé muy bien qué es eso de la razón, ¿no hay acaso algo esencial en esa “fe” que propone Hegel? ¿No nos invita ya acaso a trascender el horror confirmado para inventar responsablemente un mundo al otro lado del abismo?

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