Lo real y lo ficticio

Para los que están arriba todo marcha bien. Crecemos más que nadie, se crea empleo, aseguran que somos una democracia modelo. En fin, que intentan que nos creamos toda esa narrativa triunfalista. 
Hace unos meses los técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), con  motivo de la celebración del Primero de Mayo, publicaron unos datos demoledores. Al parecer, el porcentaje de trabajadores que en España está cobrando menos de mil euros mensuales subió del 39.9% (2007) al 47% (2015). 
Aunque no sabemos lo que ocurrió en estos dos últimos años, pero suponemos que tal y como están las cosas la diferencia siguió ampliándose. El informe también añade que el 34.4% del total percibe un sueldo inferior al salario mínimo interprofesional (SMI); algo alarmante, pues significa que cobran menos de 707 euros al mes. Tal lectura nos dice que la desigualdad salarial sigue aumentando. 
Nos dicen por activa y por pasiva que la macroeconomía, entiéndase por la buena marcha de las grandes empresas, ha mejorado, pero eso no está teniendo ninguna repercusión positiva en los salarios. Todo lo contrario, cada día se reducen más. 
Es un hecho real que la pérdida del poder adquisitivo en el mundo laboral no es exclusivo de España, sino que es la tónica general en todos los países de la UE; en la misma Alemania tenemos los famosos “minijobs”. Y no es que los salarios sigan congelados –es peor que eso–, sino que siguen bajando. Todo ello, aunque lo disfracen con cantos de sirena, es parte de unas políticas globalizadoras y neoliberales que nos están conduciendo al desastre social. Y si no, al tiempo.
En el caso español lo de crear empleo hay que cogerlo con pinzas. Aquí, los “nuevos” puestos de trabajo son solo para las estadísticas. Para poder considerarlos reales, primero habría que definir lo que es un empleo de verdad, que condiciones debe cumplir. Supuestamente un empleo es una ocupación para la cual un empresario contrata a una persona por tiempo indefinido y con una remuneración decente, es decir, razonable. En un caso así, sí estaríamos hablando de un empleo real. No de algo ficticio.
En España casi nunca se dan tales supuestos. Aquí se contrata por horas –sólo falta que se haga por minutos–, días, semanas. O con un poco de suerte por algunos meses. Y, además, con retribuciones salariales injustas, que en la mayoría de los casos son de verdadera explotación.  
Si a esa categoría de trabajos le llaman empleo, sin duda, somos los campeones de Europa creándolo. Tanto es así, que en los últimos tiempos se han “creado” –y aquí el Gobierno no miente– cientos de miles de ellos. Sería como un milagro si fuera cierto. 
Les pediríamos a los políticos, en este caso al Gobierno, que ya está bien de tomarnos el pelo. Crear empleo es otra cosa. Siguiendo ese patrón, también los puestos de trabajo que desempeñaban los esclavos podrían considerarse como tal. La pregunta es ¿qué proyecto de vida le ofrecen a los jóvenes con esa clase de empleo? 
Todo esto nos lleva a una simple conclusión: de que la palabra empleo tiene otro significado en este país. Como decíamos al principio, primero habría que definir las bases que deberían regir para que un puesto laboral fuera considerado como un empleo; no es de recibo que un contrato por horas, días o semanas cuente en las estadísticas del Inem. 
Pero como aquí lo de hacer trampas es una costumbre bastante arraigada, muy española, por tanto, ya nada nos puede sorprender en ese sentido. Y, curiosamente, ese modus operandi no es solo de los políticos, sino también de los sindicatos, de la patronal y de otros muchos  colectivos. La lista es larga.
Aquí, con demasiada frecuencia se protesta por cosas que rozan lo absurdo, algunas incluso producen risa. Sin embargo, pocas veces se hace por aquellas que deberían realmente preocuparnos. Aquí, de las cosas sin importancia se hacen dramas y de las serias chirigotas.  
Además, y para finalizar, todo se deja a la improvisación. En este país el futuro es una verdadera quimera y el pasado dicen que hay que olvidarlo. Así que, sin pasado ni futuro no se pueden esperar grandes cosas. ¿O sí? 

 

Lo real y lo ficticio

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