Todavía estamos impactados por unas imágenes de pánico sobre París. Sincronizados al límite, para escarnio y ridículo de los Servicios de “Inteligencia” franceses. Nos queda la esperanza de que esos asesinos se vayan pronto a “su paraíso”, les nieguen las cien mujeres que les prometa su absurda yihad y que sean expulsados por indignos musulmanes. Toda la solidaridad y condolencias por las víctimas de París, por todas las víctimas ejecutadas por unos seres despreciables. Están condenados a desaparecer, no son recuperables para la sociedad. Durarán el tiempo que tarde en extinguirse su propia mecha. Estamos ante una situación muy compleja y triste que está sirviendo de coartada para el auge de integrismos xenófobos ultraconservadores con aires bélicos, en busca de enemigos lejanos. Europa debe ser firme con estos grupos, aislarlos y demonizarlos, son la otra cara de los cien, mil o diez mil terroristas, que nunca serán islamistas, son escoria, el Islam y sus mil quinientos millones de fieles nada tiene que ver, son hermanos. Que no nos engañen los mandatarios que visiten París en las próximas fechas y sus muestras de condolencia, ya que son los mismos que alimentaron a esas fieras que ahora nos atacan.
No son islamistas esos descerebrados que están cultivando su esperpento en tierras árabes. Tierras sembradas de miles de muertos por un sátrapa, en el caso de Siria, el sanguinario Bashar al-Assad, presidente desde 2000, precedido por su padre Hafez al-Assad, quien fue presidente desde 1970 hasta su muerte dejando heredero, como si de una monarquía se tratase. Con un Occidente pusilánime que suministró armas a la oposición, débil oposición, para derribar a este régimen sustentado por Rusia y sus intereses geo-estratégicos, apoyado por el antagonismo de un Putin simulador de zar del siglo XXI. Occidente sabía que este caso era diferente al de Libia; que requería respuestas inteligentes. Confiemos no ser testigos de esa III Guerra Mundial, que preconiza el papa Francisco, aunque del avispero sirio pueda salir cualquier desastre universal.
Los egoístas intereses electorales conllevaron al siguiente razonamiento: “Que se maten entre ellos, que son parientes”. A EEUU y sus aliados les ha pasado lo mismo que en el Afganistán de los años 70, suministrando armamento a tribus equivocadas en el momento equivocado y a resultas de ello, ahora asistimos a un intento de estado “pseudoislámico” –el EI o ISIS–-, sin territorio definido, causando miles de muertos por Siria, Irak y la zona kurda de Turquía. A ese monstruo en ciernes que ahora exporta terroristas, devolviendo “favores” en forma de atentados, lo han alimentado Occidente y estados sátrapas de Oriente Medio, suministrándoles armas, con petrodólares en cascada, para que se entretengan con su carnicería particular lejos de sus fronteras de lujo, moquetas doradas, centros comerciales acondicionados con olor a Channel y sus limusinas puerta a puerta. Eso sí, los dólares tienen olor y sabor a Occidente. Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego, decía el recordado Mahatma Gandhi. O tal vez suceda que ya lo estamos.