Era fácil de prever: Rajoy ganaría la moción de censura presentada por Podemos, frente a alguien de la escasa talla de Irene Montero –una revelación como parlamentaria, sin embargo, lo mismo que el portavoz socialista Ábalos–y frente al a veces histriónico Pablo Iglesias, en el debate que pretendíaENo tenía rivales, aunque forzoso es reconocer que Iglesias tascó freno, moderó impulsos, dulcificó algo el tono y dio un paso adelante hacia convertirse en la alternativa remota al PP. A expensas, y haciendo esta salvedad, de que habrá que esperar y ver si el PSOE sale de su congreso reforzado con un programa de gobierno creíble, más o menos unificado y con un Pedro Sánchez alejado de sus viejas formas y recetas del ‘no, no y no’.
Así que Rajoy ganó un segundo round, tras sacar adelante el primero, en un esfuerzo negociador notable. Me refiero a los Presupuestos para 2017. El sector conservador está casi consolidado para toda la legislatura, porque ahora de lo que se trata es de ver cómo se configura la opción de la izquierda y hasta qué punto Ciudadanos será o no un aliado fiable, pero crítico, para el PP. Así que lo que le queda a Rajoy es ganar otros rounds para superar definitivamente el combate que habrá de librar en las urnas, si es que concurre a ellas en 2019.
El siguiente round será la comparecencia de Rajoy, como testigo, ante el juez del caso “Gürtel”. ¿Sacará pecho en lugar de esconderse? Saliendo al combate, incluso frente a alguien que en teoría aparecía inicialmente tan frágil como Irene Montero, acertó plenamente: venció a sus oponentes en el atril, porque es mejor parlamentario y conoce mejor los datos. El plasma a Rajoy no le viene bien, contra lo que él parece creer. Y ante el juez siempre puede alegar que ahora se ha cortado la corrupción, que antaño floreció en las sedes populares.
Y, por fin, el cuarto round: el debate sobre los Presupuesto para 2018, que tendrá lugar en el Parlamento este otoño. Creo que Rajoy lo tiene atado y bien atado con los mismos escaños logrados para los PGE 2017. Ello le garantiza una legislatura relativamente tranquila, aunque ya veremos, que lo previsible es siempre lo imprevisto.
El problema es que hay un combate paralelo. Sin reglas. Y se desarrolla en la plaza de Sant Jaume, donde el president de la Generalitat tiene su sede. Y ese es un combate a un asalto único, que Rajoy tendrá que ganar antes de octubre. O sea, que este verano no podrá sestear ni en los caminos de piedra y agua pontevedreses ni en las arenas de Doñana: algo tendrá que hacer, aparte de advertir a los independentistas con la aplicación de la ley, que es un sonsonete que ya no basta.
Forzoso es reconocer que Rajoy le está echando sentido común y calma a la carrera de obstáculos en que se ha convertido su mandato. Le respetan en Europa y en Iberoamérica y los casos de corrupción pretéritos no parecen haberle hecho todo el daño que él mismo se temía. Sin embargo, me parece que pedir a Rajoy que sea un gran estadista sería poco realista: no lo es, ni lo pretende. Ni es un reformista nato, porque sigue convencido de que lo que va bien no hay que cambiarlo; ese es su talón de Aquiles, más que el de andar huyendo de los líos.