Sin duda alguna, el 24-M marca un antes y un después en la política española. No sabemos con seguridad si será el fin definitivo del bipartidismo, aunque pase lo que pase las cosas ya no volverán a ser como antes.
La nueva geometría política le complica las cosas tanto al PP como al PSOE. Algunos barones del PP se resisten a aceptar la nueva realidad. Esperanza Aguirre es un vivo ejemplo.
En un acto desesperado la lideresa popular llegó a manifestar que la señora Carmena quería instalar “soviets” en la capital de España. Aunque veinticuatro horas después flexibilizó su posición/opinión y declaraba que estaba dispuesta a formar un gobierno de concentración que incluyera a la presunta bolchevique.
Hay que reconocer que doña Esperanza nunca da puntada sin hilo. Ella es una persona fría, calculadora, sagaz, con reflejos rápidos y gran capacidad de síntesis. Es lo que se dice un animal político. Por lo tanto, es imposible que crea sinceramente que Carmena es una bolchevique.
Entonces, ¿qué persigue? Es difícil saberlo. Probablemente esté intentando –aplicando aquella máxima latina de “divide et impera”– crear divisiones en la oposición.
Sabemos que en un clima de división y confusión siempre existe la posibilidad de que alguien cambie de bando, de que se pase al enemigo.
Todos podemos recordar aquella infamia perpetrada el 10 de junio de 2003, conocida como el “tamayazo” y que tanto daño hizo a los socialistas madrileños.
En todo caso, la estrategia de utilizar ese tipo de trolas, falacias y engañifas para confundir, no dejan de ser un insulto a la inteligencia, haga quien lo haga. Pertenecen a un glosario digno de otros tiempos.
La sociedad y el mundo han cambiado tanto que las acusaciones de la presidenta del PP madrileño no tienen la más mínima credibilidad.
Su discurso solo puede tener eco en sectores fanáticos, descontextualizados, anclados en el tiempo y que todavía no se han enterado de que el mundo se mueve. De que “il mondo gira”, como decía Jimmy Fontana en aquella genial interpretación.
En todo caso, doña Esperanza le está haciendo un flaco favor al partido que representa, aunque eso no parece importarle demasiado. Su imagen pública, después de sus salidas de tono, está cotizando a la baja.
El PP necesita urgentemente una refundación, un cambio generacional, con gente joven dispuesta a tomar las riendas del partido. De otro modo, será Ciudadanos –si Albert Rivera sigue gestionado este partido con la sensatez que lo prodiga– el que ocupe el espacio político de los populares.
Los dirigentes del PP apenas hicieron autocrítica del desastre electoral, sólo Núñez Feijóo fue capaz de hacerla.
En el control de daños se limitaron a decir que la pérdida de votos fue debido a un problema de comunicación. Si creen en esa valoración entonces es que el árbol no les deja ver el bosque. No les deja ver la corrupción, el paro, la pobreza, la precariedad laboral, no les deja ver nada. Tal parece que ninguna de esas cosas existe en España y que los españoles viven en una Arcadia Feliz.
Eso nos hace recordar la campaña electoral cuando el presidente del Gobierno decía que ya nadie hablaba del paro. Desde luego, si sus asesores le aconsejaron decir esa barbaridad, entonces, sin lugar a dudas, hubo un problema grave de comunicación.
Es hora de que los políticos piensen más en los intereses generales y menos en los personales; es hora de ir cambiando el “chip”, de empezar a crear una nueva cultura política, una manera diferente de gestionar y de gobernar; es hora de que la política deje de ser un modo de vida, o un medio para enriquecerse, y se convierta en un instrumento para servir a la sociedad.
No se puede seguir haciendo lo mismo, ni volver a los modos de pensar y hacer del pasado. Se necesita cambiar.
En todo caso, el multipartidismo no tiene porque llevar el país al desastre, como vaticinan algunos agoreros. Para empezar, habrá más competencia, más debate, más supervisión, con lo cual favorecerá la democracia. Además, es la única manera de regenerar el sistema, de adecentarlo. No hay otra.