Si hace ahora dos meses le hubieran preguntado al recién investido Mariano Rajoy por su estado de ánimo ante la precariedad parlamentaria con que afrontaba la legislatura, muy probablemente no se hubiese mostrado optimista al respecto. O sí.
Es difícil saber lo que en los grandes momentos el presidente baraja en su fuero interno. Pero a juzgar por la falta de nerviosismos mostrada incluso en los momentos más complicados, bien cabe pensar que no veía tan negro el panorama como desde fuera y en pura lógica se presumía. Salvo en el cara a cara televisivo con Pedro Sánchez, nunca en público ha perdido los papeles. Ni en este ni en su anterior mandato.
Sin ir más lejos, su círculo político y personal más próximo recuerda las muchas veces que a lo largo del último año le escucharon pedirles calma cuando cundía el desánimo: “Tranquilos, que al final todo saldrá bien”. Y así parece que va siendo. Ahora, tras estos dos meses de pactos, Rajoy dice sentirse esperanzado, asegura que trabaja para que le legislatura sea larga e insiste en la cultura del diálogo y el acuerdo para que ello pueda ser así.
Visto lo visto, la gran paradoja del proceso negociador que está teniendo lugar entre los dos grandes partidos es que Gobierno y Partido Popular están haciendo realidad algo que parecía imposible: el propósito ideal de que Partido Socialista fuera su socio preferente. No es la gran coalición soñada por Rajoy, pero se le parece mucho. Es lo que tiene la política: que es capaz de llegar al mismo sitio por muy distintos caminos.
Se pacta con quien no ha firmado ningún acuerdo y se ningunea a quien sí puede presentar –Ciudadanos- el correspondiente papeliño. Lo cierto es que en la práctica el PSOE viene siendo el socio real y Ciudadanos, sólo el oficial, por mucho que en la rueda de prensa de hace unos días Rajoy echara al partido de Rivera algún capote para aparentar primacías.
El hecho es que desde la investidura de Rajoy, el Gobierno del PP lleva ya comprometidos con el Partido Socialista –que se sepa- media docena de importantes acuerdos económicos, amén de otros como el desguace de la ley de educación (LOMCE). No obstante, con el PSOE como interlocutor siempre conviene tocar madera.
Y aunque de momento se sigue poniendo fino, parece claro que el PSOE tiene cada vez menos argumentos para no ofrecer alguna salida a los presupuestos 2017. Sobre todo, después de haber dado el visto bueno a los objetivos de déficit, techo de gasto y, muy especialmente, a la más que notable subida fiscal que a ciudadanos y empresas nos acecha desde ya en este año que comienza. Porque los impuestos no los ha subido sólo Montoro.