Charlatanes

Pocas veces lo han tenido mejor los charlatanes, defensores de la nada con ínfulas intelectuales. Además de los que se apuntan a la política, donde quizá tengan un hábitat bastante adecuado, últimamente proliferan en las filas de quienes se dedican las ciencias humanas y sociales, bastante propensas por desgracia a sufrir este tipo de parásitos tan dañinos. Los historiadores no nos libramos de su presencia, pero también la sufren con especial virulencia sociólogos, filósofos, psicólogos, antropólogos y pedagogos. Son como una plaga que encuentra su caldo de cultivo más adecuado en el medio universitario. Los maestros de antaño, gente sabia y trabajadora donde los hubiera, han sido sustituidos por una pléyade de indocumentados.

El charlatán de antaño vendía pócimas más o menos milagrosas, que condimentaba el mismo con unos cuantos ingredientes inútiles, cuando no dañinos. Pero sabía venderlos, vociferando a un público indocumentado en ferias y mercados, con bastante impunidad.

Por lo general no se hacían ricos pero sacaban un dinerillo del bolsillo de algunos incautos. Hoy el charlatán ha subido de categoría social, en la misma medida que la estupidez y la ignorancia acampan por sus fueros, en una sociedad que le ha dado la espalda a la sabiduría. Antes para ser profesor de humanidades era necesario saber latín y griego, haber navegado por las profundidades de la metafísica, tener conocimientos de lingüística y de otras materias similares. Hoy lo único que hace falta es echarle un poco de caradura, como los antiguos charlatanes, utilizando unos cuantos escritos panfletarios, con visos antropológicos y sociológicos, para hablar de nada y dar el pego

El charlatán además por lo general es un vago, que se acomoda en un puesto universitario permanente y vive del cuento. A veces gracias a los medios informáticos, elabora a modo de elixir unos cuadritos muy monos, con la técnica habitual de corta y pega, con los que salir del paso a la hora de dar clase, pues hasta la verborrea se acaba después de unas cuantas sesiones.

Por lo general se echa la culpa de la crisis de las “humanidades” a esta sociedad tecnificada, en cierta forma heredera de la tecnócrata, pero sin otro principio que el bienestar material. Sin embargo, los primeros responsables son los mismos “humanistas”.

En realidad los propios términos de humanistas y humanidades están tan devaluados como consecuencia de la charlatanería, que mejor sería prescindir de ellos. Las ciencias humanas y sociales, como las ciencias propiamente dichas, son saberes que han de cultivarse con método, rigor y esfuerzo. Y ese ha sido el éxito de la civilización occidental, desde que Grecia nos puso en el camino.

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