as batallas internas de los partidos políticos me interesan tanto como la batallas internas de las grandes empresas y sus codazos para que culos huérfanos encuentren un sillón para ocuparlo en un consejo de Administración. Quiero decir que mi pasión por los culos en busca de un sillón no me apasiona absolutamente nada.
Hace ya unos meses que, en el Partido Popular, el avance de la mediocridad burocrática avanza con paso firme, y no lo digo por personas de reconocido prestigio, como Ana Pastor, o de prestigio recién descubierto, como el de José Luis Martínez-Almeida, sino por la evidente apariencia que suscita cualquier grupo, cuando se sospecha que están más preocupados por sus empleos que por cualquier otro aspecto.
Nunca intercambié una palabra, ni he conocido a Cayetana Álvarez de Toledo, ni comulgo plenamente con sus propuestas, pero la he escuchado en el Congreso, he leído algunos de sus artículos en Prensa, y no es una persona mediocre.
En estos momentos -verano del 2020- no ser mediocre en España es una situación que a muchas personas influyentes les suscita incomodidad. Si eres mediocre, tienes grandes posibilidades de ser nombrado/a ministro/a, pero si resulta que eres una persona con alguna personalidad y que, en ocasiones, te escapas del rebaño, entonces los mediocres que rodean a los jefes, con el mismo entusiasmo con que las ratas rodean el queso, harán todo lo posible para que quien no sea mediocre dure lo mismo que una raya de cocaína en el lavabo de una discoteca de la “antigua normalidad”.
Siento cierta solidaridad por los versos sueltos, porque me ha tocado ejercer ese papel, y conozco lo inflexibles que son los mediocres, con su vocación de censores, porque la mediocridad impulsa a la censura mucho más que a la creatividad. Lo de Cayetana no es la derrota de Cayetana, sino el triunfo de los mediocres. Y Pablo Casado sigue siendo el líder... de un partido en el que los mediocres forman la mayoría, a pesar de sus admirables excepciones.