Confieso que siento mucha vergüenza, imagino que parecida a la sentida por una mayoría de españoles ante el sinsentido de los partidos y de sus dirigentes. Lo único reconfortante de lo que sucede estos días es el resultado de las autonómicas en Euskadi, donde Urkullu obtuvo una victoria merecida, pese a que de manera poco comprensible el gallego Feijóo le superó en el resultado. Si hay elecciones en diciembre, mi candidato es Urkullu. Lo de Galicia, salvando mi respeto a Feijóo, que parece un buen tipo, me pregunto cómo es posible que el PP, sepultado en la corrupción y en las deleznables decisiones políticas y económico-sociales, haya obtenido ese triunfo electoral. ¿Se imaginan qué le habría sucedido a cualquier otro partido rodeado de esa inigualable marca corrupto-retrógada?
Aunque el colmo de la locura de los tiempos que corren pertenece al PSOE, derrotado a lo bestia en las autonómicas y sepultado en una crisis me parece que sin precedentes comparables, con su secretario general hundido y maltratado por los barones y baronesas, y con unas iniciativas políticas que, salvo milagro de los cielos, solamente conducen al desastre infinito. Sánchez erró con aquel absurdo acuerdo con Ciudadanos, y Pablo Iglesias erró al no apoyar al secretario socialista en aquella sesión de investidura que pudo haber sido la solución. Con el tan cacareado Gobierno del cambio o de progreso. No me vengan ahora ni unos ni otros con historietas para no dormir. Historietas que van a conducir a unas terceras elecciones con el triunfo de Rajoy.