Conocía el proyecto del libro de Alfonso Tellado desde hace algún tiempo, él mismo me lo hizo saber. Lo acabo de recibir y, si bien no lo he leído pausadamente todavía, he de decir que la imagen de la portada es muy profesional y propia de un gran actor de carácter, del actual Hollywood gallego. Considero, sobre todo, a Alfonso un amigo de aquella juvenil pandilla que frecuentemente los domingos subía al 2, en los arcos de las Casas Baratas, para asistir al Baile de Area en Jubia. Guardo gratos recuerdos de aquellos sentimientos y emociones que, devienen del carácter propio de cada uno de los miembros de ese viejo grupo de amigos.
Ese tipo de valores naturales del carácter, con los que se nace, son los que sigues reteniendo a los años, a pesar de las muchas vivencias particulares del entorno histórico de cada uno. Alfonso, siempre tuvo una gran capacidad de crear empatía con sus amigos, era solidario, de buen trato y leal con sus convicciones. Veo, en esa fotografía de la portada de su libro, aquel amigo joven, sin gafas, sin boina, sin barba albina, pero que sigue manteniendo la misma mirada. Una mirada profunda, capaz de sintetizar una situación, como con ojo de pez de una cámara superobjetiva, que mira los trescientos sesenta grados desde lo alto, y en apenas unos instantes rápidamente diagnostica la situación con certeza lógica y natural.
En su casa de Monasterio de Monfero, la de aquellos años, lo he visto ejercitar otra capacidad de su carácter, esa que le permitía dramatizar lo ordinario y, desdramatizar lo terrible de las situaciones cotidianas. Tenía siempre a mano una salida fabulosa, propia de aquellos cuenta cuentos gallegos.
El estilo literario de su libro mantiene su tono personal, no es una crónica histórica de un sindicalista (que no pretende), es una amena conversación con el Alfonso intimista, salpicada de anécdotas personales (no del baloncesto, pero también), y otras, del imaginario colectivo del mundo de la constructora, que nadie habría vivido, pero que todos repetían como ciertas, y siempre en primera persona. Es un libro ameno e imprescindible, para conocer la intrahistoria de Ferrol.
Alfonso Tellado a lo largo de su vida laboral, sin duda, ha ganado más amigos que enemigos. Pero, ser un militante activo y comprometido, no le ha permitido dejar indiferente a nadie, sobre todo aquellos con los que se ha relacionado en épocas tan difíciles, como las que se han vivido en la construcción naval, y en paralelo con la creación de un nuevo estado en España.
Durante la dictadura era fácil unir las distintas opiniones sociales, pero luego, los matices crearon barreras ideológicas increíblemente insalvables y personalistas. Allá por 1967, la necesidad les obligó a manifestarse, su curso se quedaría en la calle, y como siempre, a toda acción se opone una reacción. Recuerdo que Alfonso y otros compañeros, obligatoriamente se sintieron motivados ante el Parador de Turismo, y el impacto social de su detención por los grises, fue una noticia con repercusión política de gran calado.
A partir de ahí aparecen otros interesados en colaborar con estos jóvenes motivados por un fin concreto. Me gustaría leer a otros, como Ramiro Vidal, Juan Doménech, Pedro Carreira, José Santamaría…, que podrían ampliar, con sus apuntes biográficos, esa intrahistoria ferrolana.
Recuerdo que, en uno de aquellos encuentros en Madrid, mantenidos con Alfonso para el estudio de consultoría, sobre el tema del economato, llegó acompañado de un miembro de otro sindicato, otro joven de los años sesenta, al que yo no había vuelto a ver desde entonces. El cual, con intención de desmontar el afortunado resultado del estudio económico, me increpó con una burda catequesis marxista sobre el neoliberalismo: los obreros nunca podrían ser empresarios. Me dejó muy descolocado, sobre todo teniendo en cuenta que, en ese momento él ocupaba un puesto en el consejo de administración de la constructora, con unos beneficios que no disfrutaban el resto de sus compañeros.
Es curioso comprobar que, cuando algunos pisan moqueta regalada, el patrimonio común, el de todos los españoles, se convierte en patrimonio privado personal y lo pueden despilfarrar sin el menor dolo, formando ya parte de la casta y olvidando sus ideales diferenciadores.
Tal vez, su mala conciencia por aquel desastre de gestión sin controles, originada en el escándalo de aquellas viviendas sociales promocionadas por su sindicato, le debían de estar pasando factura cerebral.
En todo caso, algunos vivieron mejor siendo un sindicato subvencionado, en una democracia sin demócratas, que defendiendo y autofinanciando los intereses comunes de su clase trabajadora. Con esa mentalidad, podrían haber heredado de buen grado, el sindicato vertical unitario; pues cuando se tiene que repartir el modelo, este tipo de representantes lo quieren todo para ellos.
Alfonso ha hecho un libro de intrahistoria, bien estructurado, de valor universal, sin duda con su habitual humildad aceptando la colaboración y asesoramiento de ese montón de amigos, que le tienen simpatía por su empático comportamiento y lealtad. Es una lástima que no lo puedan leer en San Fernando, Cartagena, Madrid, Bilbao, Gijón, Barcelona, Alicante, o en Veracruz, Montevideo y Buenos Aires.