Si ser joven, que es una de las mejores cosas que hay, no basta, salir en la tele, tampoco. Ya no es como antes, cuando salía poca gente, y la que salía era como de una etnia distinta, reverenciada y exclusiva de los platós. Hoy sale todo el mundo, que hasta los transeúntes han dejado de ser figurantes sin frase para responder con desenvoltura a las preguntas de los reporteros que vivaquean en la calle Preciados y en la Puerta del Sol. Salir en la tele ya no basta, el minuto de gloria se ha quedado en unos pocos segundos, y con esa arquitectura tan efímera no se puede construir nada sólido ni duradero. Hasta Iglesias o Errejón se han debido dar ya cuenta de eso. La “mayoría social” de Podemos ha resultado ser la séptima parte del electorado por mucho que en la tele sus líderes hayan repetido hasta la saciedad el concepto. Desdichadamente, hoy en España la mayoría social es la que ve la tele, y en la tele se ve a todo el mundo, no sólo a Pablo Iglesias. En la perversa y gárrula socialización de la tele, todo es de todos, a condición de que sea de digestión fácil. Así, por ejemplo, ¿con qué terrible sensación de despojo pudieron sentir los seguidores de Podemos el grito del “Sí se puede” entonado por los votantes del PP al celebrar su triunfo electoral en la noche de Génova?
El “Sí se puede”, que nació como el eslógan para sacurdirse la molicie, la resignación y la esclavitud, ha pasado en un plis plas a la “mayoría social” en su única modalidad reconocible hoy, la televidente. La otra, la de las Redes Sociales que Podemos creía conquistada, se ha revelado como lo que es, una mayoría virtual de poco momento y, a efectos prácticos, de escaso fundamento. Todo el mundo sale hoy en la tele, incluso sin necesidad de ser un friki, de modo que lo que se hace y se dice en la pantalla, donde todo lo ínfimo y fugaz es de todos, se queda ahí, en tanto el Partido Popular se forra. Ni ser joven ni salir en la tele basta.