Como espectador cada vez menos cualificado, si es que alguna vez lo he sido, reconozco que me encuentro en el más absoluto desconcierto. Cada vez es más difícil saber a qué atenerse, el barullo ideológico es descomunal y, lo que es peor, los defensores de la distintas posturas se atrincheran en posiciones irreductibles. Siempre ha habido opiniones encontradas y quienes trataban de imponer las suyas con más o menos vehemencia. Desde luego es legítimo defender lo que uno piensa, me considero hombre de convicciones y creo que bastante profundas, pero no acabo de entender la descalificación como sistema.
Es verdad que hay muchas formas de tratar de neutralizar al que consideramos contrario, la más usual y burda, aunque eficaz, es a través del insulto o la descalificación: rojo, fascista, homófono, populista, ultramontano, cavernícola, ultraderechista, populista, comunista, franquista, corrupto, maltratador, opresor, capitalista, progre, podemita, perro flauta y otras muchas lindezas que, repetidas sin descanso, acaban cumpliendo su misión de desacreditar a quien no piensa como nosotros.
Vaya por delante que como posible sujeto pasivo de algunas de estas descalificaciones, no me parece sin embargo que el hecho de recibirlas, si es el caso, sea lo más grave que le puede ocurrir a quien manifiesta públicamente lo que piensa. Mucho más doloroso resulta la incomprensión de quienes, incluso considerándose más o menos afines a tus planteamientos, no están dispuestos a tolerar que te muestres respetuoso con quienes no piensan como tú. Son los que ven todo desde una perspectiva de malos y buenos, como si hubiera alguien sin problemas ni defectos, capaz de arreglar la vida de los demás.
A estas alturas la Humanidad ha pasado por todas las situaciones posibles, pocas cosas pueden sorprender. El número de tiranos y malos gobernantes ha sido infinito, por lo general los humildes mortales tenemos que soportar situaciones y planteamientos claramente injustos, a los que nos enfrentamos como podemos. La tiranía actual, por muy democrática que aparezca, no es ni mejor ni peor que las anteriores, sino bastante similar. Quizá se diferencie en que ahora podemos luchar con algo más de eficacia para que las cosas mejoren; pero eso no significa que nadie tenga posibilidad real de arreglar las cosas a su criterio y conveniencia.
Últimamente todo parece radicar en que aparezca un grupo salvador, que recoja el descontento de sus adeptos e intente salir al paso de los males que nos aquejan. El problema está en que hay muchos temas opinables, que no se pueden mezclar con otras cuestiones más profundas, graves carencias humanas, pero cuya realidad va más allá de la mera cuestión política.