Pasar por el ARCO de... Marta

Hay algunos nombres, la verdad, más de la cuenta, que habría que evitar pronunciar, no por sí mismos, sino por lo que representan de ponzoña letal con sus acciones, omisiones y perversiones, aquellos sujetos que los exhiben con su estólida y grosera ignorancia… A veces cada día, porque incrustados para patética desgracia en el tejido social más sensible, otras, más episódicas, porque estiran su cuello de avestruz sólo por un momento cuando el graznido ronco y hueco de algún colega los llama a filas, y filos, también a lo que creo, que no en nada sinónimos, digo, para los que reparten el género que hornea igualdades con tufo de hogaza ideológica. A filas, decía, por gregarismo sectario, y a filos, porque suelen ir armados con aire de navajas para mejor acomodar su paquete de complejitos y resentimientos justicieros. 
Y fue en ARCO, esa feria de minúsculas ideas donde el arte suele excusar su ausencia cada vez más, y más clamorosamente, que uno de esos personajillos dizque artista, adalid aventajado de la cultureta, esa hija tonta y bastardona que parió la cultura en un descuido de la civilización, un tipo que se apellida Sierra y que se cree Duchamp, como mínimo, perpetró la idea de pasar de matute una obra fotográfica a la que vino en llamar “presos políticos”, cuando él, de nombre Santiago, tendría que saber de largo que son políticos presos, y ya es generoso exceso calificar de políticos a profesionales de la agitación, cuando no orates insurrectos. Y el director de ARCO, tan fino él, tan susceptible y remirado, tan artistón también, sumándose a la fiesta, cómo no, de la libertad de expansión. Repito, de la libertad de expansión, que es lo que todo este personal considera praxis de reivindicación política y mejunje de progreso. 
A ver, guapo, guapos… Dadá fue suceso efímero y genial, tanto, que su mejor memoria ilumina con su frescura, con su provocación de suma inteligencia, con su alarde de originalidad, la vida de hoy, y para siempre, a condición de que no vengan mediocres a liquidar su legado simbólico con inspiraciones forzadas, aberrantes, mala copia de mala copia de mala copia, con cadencia prestada de Gertrude Stein. La fuente de Duchamp, ese urinario transgresor, es la ocurrencia, así, en singular, y no puede venir un Sierra cualquiera a hacernos pasar por el ARCO de sus cositas, ay, sus caprichitos, su oportunismo de barraquita de feria…
Yoko Ono, esa musa al revés que dinamitó con su piececito de geisha talludita a la mejor banda de música pop, ya en su momento buscó su gloria contestataria con una exposición de cuadros en blanco que reunió a lo más granado de toda esta ebriedad de los sentidos, y aunque no consta, no es imposible haya vendido todo lo expuesto a algún coleccionista de inéditas extravagancias. Y qué decir de Manzoni, Piero, que no Alessandro, el artista mínimo de lo conceptual, con sus cajitas de mierda propia, cuya cotización en subastas sube tanto como se degrada la idea de lo bello. 
¿A qué llamarán cultura? ¿Y a qué libertad de expresión? Escribía yo mismo en este periódico, y discúlpese la manera de señalar, el mes de julio de 2017, que “es urgente, muy urgente, pero muy urgente, una buena letra en loa y honra de España para la música del himno nacional…” Y en esto que Marta Sánchez, envuelta en la bandera, con una letra seguramente mejorable, arrancó hace días la emoción del público que la escuchaba en el Teatro de la Zarzuela. Lo celebro, lo aplaudo y lo comprendo. Es por el único arco que puede pasarse, que debe pasarse, por la honra de la Historia, con mayúsculas. Precisamente por el que algunos culturetas no quieren pasar, vaya por Dios, qué sensibles… 
 

Pasar por el ARCO de... Marta

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