Primera investidura

Dicen los expertos en negociación corporativa que el éxito de un pacto depende de que las partes puedan capitalizar el acuerdo, aunque hayan hecho concesiones. En realidad –añaden- nunca se cede, sino que se concede, con el objetivo final de que todos satisfagan sus intereses. Se negocia para mejorar alternativas mutuas. Unas y otras  tienen que obtener valor. Se necesita un “win-win”. Esto es, un “ganamos todos”.
Aplicadas estas claves al acuerdo para el llamado “Gobierno reformista y de progreso” que el miércoles rubricaron Pedro Sánchez y Albert Rivera, puede decirse que resultó  un buen convenio. En política, modular el discurso en función de las circunstancias no está bien visto. Pero en un pacto de investidura o de coalición es imprescindible.  Ciudadanos –dicen- ha logrado colocar el 80 por ciento de su ideario económico. Todo lo demás huele en exceso a Partido Socialista. 
Lo malo del acuerdo de marras es que, al día de hoy, va a tener muy corto recorrido. Porque desde el punto de vista matemático no suma. Lo hará desde otras perspectivas. Pero desde ésta, que es la que los preceptos constitucionales exigen, no. 
Si inesperados vientos no hacen girar la veleta política –siempre conviene tomar precauciones– así será.  No sólo por el contenido del pacto, inasumible para Podemos, sino sobre todo por la estrategia básica del Partido Socialista consistente en excluir desde el primer minuto cualquier posibilidad de entendimiento con el Partido Popular, que es quien tiene los votos y la llave para las principales reformas propuestas. 
Más aún: ya cuando aceptó la oferta del jefe del Estado, Sánchez era consciente de que su propuesta podría muy bien no sumar. Tenía muy claro que en su persona se intentaría la investidura. “Yo voy en serio”, aseguró desde el primer momento. Si salía adelante, mejor que mejor. En otro caso, habría hecho una provechosa precampaña electoral y, sobre todo, habría logrado asentarse en el seno del socialismo patrio. A pesar del fracaso. Y así va siendo. El secretario general ha conseguido su objetivo más acuciante: ser investido, al fin, …. como líder del PSOE. No hay más que ver el silencio sobrevenido en las filas de los barones más suspicaces. Durante un tiempo Sánchez habrá sido el timonel del partido. La firma del miércoles con Rivera ha sido entendida más bien la rúbrica de una prórroga al frente de Ferraz. Incluso el fracaso le sirve para reivindicarse. 
De haber nuevas elecciones, será el dirigente que en mayor grado haya reforzado su posición de partida. Lo intentó, mientras que el PP –dirán- ni se puso a ello. Sus altavoces mediáticos ya han comenzado a amplificar el mensaje: “Aunque pequeño, PSOE y Ciudadanos tienen un proyecto. No todos pueden decir lo mismo”.

Primera investidura

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