l responsable de la mayor matanza en la Historia de España, ha permanecido enterrado desde su muerte en un faraónico edificio concebido para su exaltación personal.
Una brutal ofensa a la que se añade el sostenido desprecio a las familias de los miles de españoles, que continúan enterrados en las cunetas por haberlos considerado en su día indignos de recibir otro tipo de sepultura. Contra la voluntad de los que vivían plácidamente en esa España sin libertades surgida de la guerra civil, y de los que hoy convivirían con una dictadura, el traslado de sus restos cierra una buena parte de las heridas que seguían abiertas.
El desconocimiento de la Historia de España ha banalizado la maldad de la dictadura, y un potente sesgo ideológico ha bloqueado la empatía con sus víctimas y sus descendientes. España, a veces madre y casi siempre madrastra, ha puesto fin a una grave anomalía histórica.