UN bíceps que lucía un tatuaje con el lema “Amor de madre” era un bíceps español. Daba igual que fuese el de un presidiario, el de un marino o el de un soldado; era español. Su españolidad o españolía, que a saber qué era lo suyo, solo se podía comparar a la de la tortilla de patata, la del toro de Osborne o la de la sota de bastos. Pero la sota de bastos dio el salto de la baraja a los licores y se estrelló; se transformó en la imagen de una ginebra, pero tanto la etiqueta como el diseño de la botella era demasiado parecidos a los de Beefeater. Un juez ha condenado a los creadores por competencia desleal. Habrá que seguir apostando por el licor café casero.