Ante el pacto para formar Gobierno entre el PSOE y Podemos, antesala de otra negociación para conseguir la abstención de ERC y poder así avanzar hacia la investidura de Pedro Sánchez, algunos barones (Javier Lambán, Emiliano García Page y la baronesa andaluza Susana Díaz) han salido a la palestra para manifestar lo que podría interpretarse como cierto malestar por estas iniciativas del presidente en funciones.
Por parecidas intenciones le defenestraron de la secretaría general en octubre de 2016. Pero los tiempos han cambiado. El PSOE de ahora no es el de antes, ahora es el partido de Pedro Sánchez. Rodeado de la mesnada que le acompañó en el destierro se ha hecho con el mando y no le tose nadie. Parapetado en La Moncloa cambia de opinión sin despeinarse. Ni da explicaciones ni rinde cuentas de sus constantes contradicciones. Nada ha dicho sobre la sentencia de los ERE de Andalucía que, entre otros hechos, establece graves condenas para José Antonio Griñán y Manuel Chaves, ex presidentes del PSOE. Para Sánchez es pasado que no le concierne.
Apoyándose en Lastra, la “portavoza” parlamentaria, en Ábalos el secretario de organización y con Iván Redondo –un outsider sin militancia en el partido al que nombró jefe de su gabinete– actuando de gurú, ha conseguido domeñar a un partido que desde la Transición ha gobernado en España durante más de 20 años y que éstos días celebra los 140 años de su fundación. Lo que no deja de ser sorprendente si caemos en la cuenta que ni es un líder visionario de verbo encendido capaz de arrastrar a las masas, ni se le conoce un pensamiento político propio más allá de proclamarse progresista. Sintagma de significado variable, muy del acomodo de su personalidad. A la vista de que en esta etapa ha conseguido que los actuales notables del PSOE refrenden sin apenas crítica todas sus decisiones –algunas, arropadas bajo el procedimiento de consultas a las bases, un mecanismo de adhesión inducida–, seguirá adelante con sus planes. Las tímidas críticas de algunos barones al pacto con Podemos y al posible acuerdo con ERC para lograr -se puede colegir a qué precio- la abstención que permitiría la investidura no le harán cambiar de hoja de ruta. Su ambición es el poder y para mantenerse hará en cada momento lo que crea que asegura su objetivo. Lo pasó mal en el pasado y no lo ha olvidado. Por eso, para él, la opinión de los barones socialistas no cuenta. El partido es suyo.