Un año para no olvidar

La humana tentación de pasar página bien está para las cuestiones ordinarias de la vida, incluso para las disputas familiares. Es el espíritu de la Navidad. Pero sería un exceso trasladarlas al ámbito de la política dónde la memoria juega o debería jugar un papel social importante. En democracia a los políticos hay que juzgarles por sus actos y desde luego por sus promesas incumplidas porque la amnesia casi siempre juega a favor de los malos que saben aprovecharse de ella.

Este preámbulo viene al hilo de algunas de las cosas que están pasando y tienen muchas posibilidades de ser olvidadas así que pasen las fiestas navideñas. Y no solo me refiero a la indecente ocultación de las cifras de fallecidos por el COVID-19 para tratar de minimizar las críticas a la mala gestión gubernamental de la pandemia.

Hablo, también, de iniciativas parlamentarias relámpago para aprobar en el Parlamento la nueva Ley de Educación. Aprobación sin debate ni discusión de enmiendas. ¡Ni una sola de las más de seiscientas presentados por la oposición! La llamada Ley Celaá es la que hace la número ocho de cuantas llevamos de democracia. Y es la más sectaria. Por serlo establece que el español, el idioma oficial del Reino de España, dejará de ser lengua vehicular. Lo que se traduce en qué en algunas comunidades autónomas con esta ley cohonestan el sistema de inmersión lingüística que de factoviene pretiriendo al español en los planes de enseñanza. Convendría, pues, no olvidar ni el nombre de su impulsora, la ministra Isabel Celaá, ni el partido al que pertenece, el PSOE. Amén de las manifestaciones de rechazo democrático a semejante trágala, oportunidades habrá para contestar en las urnas a quienes promueven proyectos tan sectarios. Que en éste asunto lo hacen a cambio de un puñado de votos procedentes de fuerzas independentistas que repudian la Constitución.

Frente a quienes opinan que lo bueno de esta vida es tener buena salud y mala memoria, en política cabe opinar de otra manera. Buena salud, sí, pero también buena memoria para salir al paso de quienes han apostando por dividir políticamente al país. La insana estrategia de la tensión que en el caso que nos ocupa –despojar al idioma español de su condición de lengua vehicular– es un escándalo que como bien ha dicho Mario Vargas Llosa, ilustre Nobel y también premio Cervantes, no pone en peligro al español pero empobrece a todos los ciudadanos nacidos en Cataluña o Baleares a los que el sectarismo político de sus actuales dirigentes empujan a la irrelevancia tribal en un mundo globalizado como el actual. Estas cosas, ya digo, convendría no olvidarlas.

Un año para no olvidar

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